CAMAGÜEY.- El Sars-CoV-2 trastoca el mundo y dispara envuelta desde fakenews hasta en esperanzadoras terapias, que puedan controlar un brote epidémico esparcido como pólvora, claro, una pólvora que también puede complicar la continuidad de la vida.

Cientos de miles han sido infestados, y en este mundo nuestro, a veces poderoso, a veces insensible, a veces indefenso. La solución sigue enganchada de un signo de interrogación, aun cuando alguna que otra publicación presume halladas posibles salidas ante el impacto de la pandemia.

Pero en la concreta, esa que puede tenerse a mano, esa con la que se pueda prorrogar la existencia sin temor a estados graves o críticos, esa no está, salvo en proyectos o estudios. Es teórica, más que práctica.

Los laboratorios, los científicos, quieren sacar temprano el ensayo clínico, como de una chistera, empero la misión del ilusionista parece mucho más sencilla que hallar el ábrete sésamo salvador.

Cuba, cercada por un asfixiante bloqueo norteamericano durante seis décadas, desafía las contingencias derivadas de ese acoso, y además de exhibir productos incluidos en los protocolos de tratamiento, muestra sus músculos de desarrollo al aportar brigadas médicas y hasta su producto estrella, el Interferón Alfa 2b, con solicitudes en más de 70 países.


Durante varias sesiones de trabajo en la televisión cubana, las principales autoridades estatales y ministeriales manifestaron la necesidad de la cooperación ciudadana en el distanciamiento social, y en permanecer en las viviendas en aras de cortar posibles nuevos contagios.

Y en esas jornadas quedó claro que el país no está a la zaga en el estudio y aplicación de nuevos referentes, pero se acudió a la sensibilidad y conciencia de la población como mejor antídoto contra un virus que trastorna hasta la más mínima partícula de este mundo.

La atmósfera política, como si fuera poco, se ha enrarecido. Grandes potencias aplican aquello de “sálvese quien pueda”, y sin el menor escrúpulo, roban cuanto les pueda servir para controlar esos recursos mínimos indispensables para encarar una pandemia, por estar desprovistos de un sistema “adecuado” de enfrentamiento, ausente, pese a sus millones.

En ese enrarecimiento mucho tiene que ver Estados Unidos. A la primera economía mundial no le basta tener cientos de vidas perdidas, comprometidas, o infestadas por causa de la COVID-19, sino que crea maniobras para distraer la atención sobre sus incongruencias contra la nueva enfermedad, y focaliza en el área a Venezuela, como la causante principal del movimiento de drogas en América Latina con destino al mercado norteamericano.

Tampoco escapa Cuba a la demencial estratagema de los tanques pensantes de la Casa Blanca, quienes en su afán de “satanizar” al Archipiélago, le quieren adjudicar plaza entre los países latinoamericanos que trafican estupefacientes, cuando está más que claro que el proveedor es el país con varias bases norteamericanas enclavadas en distintos puntos de su geografía: Colombia.

Pese a este clima enturbiado por el belicismo yanqui, los cubanos se enfrascan en minimizar las secuelas de una enfermedad que ha ido cobrando más espacio, y que obliga a la adopción de posturas más endurecidas sobre todo en el movimiento de personas, unas, urgidas de comprar alimentos, y otras, muchas, que hacen caso omiso a las restricciones que impone la necesidad de permanecer en casa.

Nuevas decisiones se estrenan, y el presidente del país, con una claridad meridiana, dijo que las mismas no pretenden molestar a nadie, sino impedir que actuaciones negligentes contribuyan a que el virus se continúe expandiendo con los peligros que ello entraña.

No siempre el llamado a la conciencia funciona, aun cuando estamos en una época que hasta el más mínimo detalle se convierte en viral con apenas un golpe de dedo. Entonces, las urgencias tomadas vienen a contrarrestar las indisciplinas sociales que permean la sociedad.

Los golpes más sólidos, dicen expertos nacionales, aún no ha llegado, y ahora los esfuerzos se inclinan hacia reducir los picos que enuncian algoritmos matemáticos, una de las ciencias exactas llamadas para concebir un plan lo más amplio y diverso posible, que funcione como pared anti expansiva en la toma de decisiones.

El tiempo, poco más de 100 días de efecto COVID-19, dicen los científicos, es poco para darle una respuesta conclusiva, sobre todo porque la comunidad especializada no estaba lista para pulsar fuerza con una patología que apareció, se dice, “de la nada”, y tomó a todos desprevenidos.

En los próximos días, meses, tal vez, aparezca algún remedio que pueda, exitosamente, parar en seco un problema que afecta prácticamente a toda la humanidad, en tanto algunos sospechan de su salida maliciosa de algún sitio, cosa no probada... por ahora.

Sea o no así, no creo que el mundo sea el mismo cuando todo esto se cuente, haya quedado atrás como un terrible episodio, y no de ficción, quizás rememorado hasta en interminables sagas de películas o seriales, pues lamentablemente ni el G-20 ni la Unión Europea asumieron una postura colectiva de intolerancia ante un hecho que enlutece también sus comunidades.

Rusia y China envían recursos, tanto materiales como financieros, a otros países, sin hacer distinciones de economías. Y los pueblos recuerdan. Nunca olvidan, aunque no pocas veces se han equivocado.

Por el momento, la ciencia recurre a la conciencia, tal vez el único eslabón que puede ayudar a rescatar vidas de la pandemia. Pero el tiempo, implacable, pasa, y lo peor no se sabe si está por venir, o ya pasó.

No por gusto, el miedo cala y en cierto sentido, hay razones para el temor, sin llegar a la paranoia. Las buenas noticias, ojalá, pudieran poner la nota que tanto se añora.

Solo que no se sabe para cuándo será.