CAMAGÜEY.- Propina procede de la voz propinare, del latín antiguo que significa “dar para beber”. Hoy se nombra y se entiende diferente según las culturas. A nosotros, lo más cercano nos llega de la América meridional, cuyo yapa (o ñapa) significa lo que se da de regalo.

En cualquier idioma, esa voz se refiere al dinero con que se agradece un servicio cuando lo hallamos bueno y agradable. En nuestro país nunca ha sido obligatorio ofrecerla. Usted lo decide, y también la cantidad, que el cubano acompaña con las imprescindibles “gracias”.

Pero la inventiva criolla es infinita en saberes, así que de igual manera que ha dislocado por su cuenta las normas internacionales de pesas y medidas, al “oficializar” el jarro, la botella, la ristra, el dedo, el mazo, el racimo…, le ha dado desde hace rato carta de ciudadanía a la autopropina.

Y ¿qué es?, se preguntarán algunos, aunque quizá nadie aquí ha escapado a su influencia, incluso donde, por regla de la gastronomía y el comercio popular, el buen servicio y la satisfacción caen en la cuerda de la ciencia ficción.

Vayamos por partes. Cuando nos atienden con esmero y amabilidad, si el dinero alcanza y queremos premiar la eficiencia, con muchísimo gusto damos la consabida propina. Pero la autopropina nos llega por asalto, sin previo aviso, aunque ya a veces sospechamos la usual maniobra del camarero o la dependiente que sin cortesías de por medio, nos dice que no tiene cambio. ¡Trapalero modo de ponernos entre la espada y la pared!, porque tras consumir no se suele perder el tiempo hasta que aparezca el “dichoso” menudo.

Están quienes a la hora de sacar cuentas se confunden con los cobros y pagos. Las equivocaciones, por supuesto, suceden a su favor. Y ¿qué me dicen de las empleadas mutantes, quienes iniciaron con trato frío y al entregarnos la cuenta se desbordan con sus “mi cielo” y “mi cariño”?

Otra versión de la autopropina merodea por los mercados y placitas, donde al despachar, el dependiente agrega un tomate o una yuca a la mercancía de la pesa, para “completar la libra”.

Más moderna es la emergente modalidad importada desde otras latitudes por algunos particulares —sobre todo de la gastronomía— al final de la cuenta incluyen como extra un 10 % de lo consumido. Así, sin más allá ni más acá, garantizan su propina.

Bien podría escribirse un tratado sobre el tema, y aún nos faltarían páginas para ejemplos de ese asalto al bolsillo que tan mal deja a la ética comercial. La autopropina se nos ha convertido en figura tan cotidiana como el asalto que padecemos con los precios, la estafa a la calidad de los productos y la burla al ciudadano, males urgidos de limpieza por el bien de nuestro país.