CAMAGÜEY.- Delincuentes comunes y antisociales, la mayoría con tecnología digital para mostrar en las redes sociales —con faltas de ortografía, superficialidad y desfachatez— su anexión a los Estados Unidos y al despiadado bloqueo que sus familias no padecen con mayor rigor gracias a las bondades de la Revolución, son los supuestos “disidentes” usados dentro del Archipiélago para crear un caos ante cualquier deficiencia.
Esos malagradecidos son fáciles de identificar. Su guion de inconformidad repetido como papagayos es el mismo que esgrimen los enemigos desde la Florida, para hacer creer a algunos desinformados que las carencias de medicinas, alimentos y recursos hogareños de primera necesidad nada tienen que ver con el implacable asedio económico, financiero y comercial que nos impone el imperio yanqui.
Y sí tienen que ver, como bien sabemos los cubanos dignos; al igual que los intentos de desestabilizar nuestra sociedad usando las actuales escaseces. A ello se prestan, inconscientemente o no, aquellos indisciplinados e indolentes que hoy lucran con las necesidades colectivas.
Ante la falta real de muchos renglones desde inicios de año, el incremento de los volúmenes ofertados no da abasto. Por estos días, pesar de las mercancías (sobre todo alimentos y productos de aseo) vendidas en las tiendas recaudadoras de divisas y en la red minorista de comercio, más las de la última feria en la Avenida de la Libertad, no disminuyen las colas para adquirir cualquier cosa que expendan. Algunos, incluso, marcan antes de que abran “por si acaso”.
Aun con las regulaciones de artículos por persona todo se agota y provoca disgusto en la población, porque se oferta en horario laboral y a los que menos beneficia es a los empleados en dependencias estatales; mientras, individuos con riñoneras repletas de dinero, sin sudar la ropa, acaparan para revender a precios exorbitantes lo que tanto necesita el pueblo trabajador, la ama de casa que no cuida de niños o ancianos en el hogar o las personas de edad avanzada que no pueden concurrir a esos molotes agresivos.
Es bueno aclarar que la mayoría de los acaparadores y revendedores, por no decir la totalidad, opera de manera ilegal y no como trabajadores cuentapropistas. Estos pagan impuestos y no pocos se ven precisados a comprar en grandes cantidades para sus negocios por carecer de un mercado mayorista proveedor, lo anterior, sin embargo, no justifica que la regulación de las ventas vaya respaldada de las verificaciones de inspectores y autoridades policiales para hacer cumplir las normas vigentes sobre cantidades y precios.
El viernes de la semana pasada los acaparadores de Camagüey, súper conocidos por las cámaras situadas en las calles comerciales o en vivo y directo por quienes transitan por la ciudad, compraron desaforadamente cualquier cosa que sacaron. Marcaban aquí y allá, repetían una y otra vez, alteraban el orden público bastante carente de uniformados. Al rato, en las mismas aceras revendían detergente, jabones, alimentos enlatados y puré de tomate, muy escaso aun en tiempo de cosecha alta. Algunos utilizaban bastones, muletas, “familiares” en sillas de ruedas y hasta niños, para pasar primero y después repetir.
Atemperado a las “nuevas formas de mercado tecnológico” hasta Revolico, en sus muchas páginas llegaron estos productos con alarmante sobreprecio.
En unidades estatales de feria unas “balas” plásticas de aceptable puré de tomate costaban 40 pesos y los “merolicos” —que no pagan al fisco— revenden en sus “tarimas públicas” al doble del precio sin tirar un chícharo.
Es muy difícil estabilizar mercancías en los establecimientos comerciales con estas indisciplinas sociales impunes. Hace falta el complemento del orden ciudadano, coercitivo, para aquellos violadores de las leyes, que se aprovechan de las carencias para esquilmar al pueblo. A ese enfrentamiento popular contra quienes quieren vivir del sudor ajeno ha llamado en distintas oportunidades a los gobiernos locales el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez. ¿Qué espera Camagüey?