CAMAGÜEY.- Acostumbro a acostarme y levantarme al tanto del acontecer noticioso, ya sea por la radio a determinadas horas, la televisión, y ya más reposadamente con el periódico impreso en la tarde, cuando el mensajero distribuidor me lo entrega personalmente o lo deja por debajo de la puerta.
En cualquiera de esos medios tomo nota de las continuadas tropelías del Gobierno norteamericano contra Cuba, o Venezuela, o Nicaragua, que también las siento como propias porque somos esa trilogía de hermanos que dicho Gobierno se ha empeñado en estigmatizar con las más increíbles calumnias y mentiras, acompañadas de sanciones, agresiones y trajines subversivos.
Para los cubanos esta historia es repetitiva a lo largo de los 60 años de Revolución por los que hemos transitado desde el triunfo de 1959, por lo cual el día que me levanto o me acuesto sin que la hostilidad imperialista se haya puesto de manifiesto de alguna manera, percibo cierta extrañeza.
Desde luego que no pienso que se les hayan acabado los cartuchos, como les ocurrió a los carabineros chilenos que de tanto masacrar al pueblo tuvieron que acudir al socio represor Bolsonaro para que los pertrechara de bombas lacrimógenas y otros aprovisionamientos; ojalá que no hayan sido los balines de las escopetas que además de las casi tres decenas de muertos y cientos de heridos, han dejado con graves afectaciones oculares a más de 200 manifestantes, algunas de ellas totales.
No obstante, si mal no recuerdo, escuché hace unos días a un comentarista de la Televisión Cubana cuantificar en más de 200 las medidas agresivas y hostiles del Gobierno norteamericano contra Cuba a partir de que Donald Trump asumiera la presidencia de los Estados Unidos el 20 de enero de 2017, sin contar, claro, las anteriores que sumarían miles, desde la invasión militar de Playa Girón en 1961, y a las que le siguieron las del bloqueo más criminal y prolongado aplicado contra un pueblo, que se recuerde.
El imperialismo se las ha agenciado en el odio visceral de muchos de sus representantes y en la defensa a “capa y espada”, más espada que capa, de su sistema capitalista, para acumular un arsenal de sanciones, amenazas, extorsiones, presiones y manifestaciones de hostilidad de todo tipo, todas dirigidas a doblegar al pueblo cubano y entregárselo al neoliberalismo que tratan de implantar en toda la región para asegurar su traspatio, que hoy siente asediado por otras potencias que disputan su influencia aquí.
Justifico con este antecedente mi extrañeza cuando transcurre un día y a veces unas horas sin que sus departamentos, ya sea del Tesoro, de Estado, de Justicia y tantos otros, además del propio presidente Trump, no dicten medidas para estrangular a la Revolución, ya sea persiguiendo con saña sus actividades financieras con el exterior, obstaculizando su comercio, las inversiones extranjeras, el desarrollo del turismo, tratando de paralizar el país impidiendo la llegada de petróleo mediante presiones coercitivas con las navieras que lo transportan, implementando campañas calumniadoras y mentirosas contra nuestros colaboradores y especialmente con la de nuestros médicos, ejemplos de altruismo y humanismo dondequiera que presten sus servicios y, en fin, ideando todo aquello que pueda dañarnos.
No creo que el arsenal de los gobiernos norteamericanos por ahora se agote, porque implicaría la desaparición del sistema capitalista de lo que ellos son sus más claros exponentes, pero en lo que sí confío es en nuestras propias fuerzas para derrotarlos en cualquiera de los campos que nos agredan, como lo hemos hecho hasta estos momentos, al igual que lo harán otros pueblos que resisten a pie firme todas sus embestidas y que al final, por su lucha y demanda de la historia evolutiva de los regímenes sociales, también saldrán vencedores.