CAMAGÜEY.- En 1965, el mundo de la literatura vio por primera vez el libro Cuadernos de Hiroshima, del japonés Kenzaburo Oé. Sus páginas son una vuelta en tiempo a los oscuros pasajes del mes de agosto, de 1945, cuando el día 6 una detonación nuclear apagó la vida de 300 mil personas en esa ciudad. Son desgarradores los testimonios de ancianos, niños, mujeres y de los médicos que lucharon contra las secuelas de la explosión. Y mientras pensaban que nada peor podría suceder, el dantesco escenario se replicaba con el lanzamiento de Little Boy -niño pequeño-, sobre Nagasaki, como un abierto sarcasmo a nuestra humanidad.
Según cuentan, además de los dos blancos fatales, Kokura y Kioto se encontraban en la lista. A la primera la salvó el clima nuboso y, a la segunda, el recuerdo de la luna de miel de uno de los ejecutivos norteamericanos. Así, como se decide cortar las flores de un jardín, la orden del presidente Harry S. Truman llegó a los tímpanos de los pilotos y las municiones cayeron. Cortaron el aire, taladraron la tierra y sacudieron cualquier rastro de la naturaleza, incluido el de los pobladores que debían expiar el pecado del ataque, del ejército imperial nipón, a las bases navales estadounidenses situadas en Pearl Harbor ,actual Hawai.
Si el fascismo había puesto en duda la vida en el planeta, la destrucción de las localidades japonesas, lo confirmaba. Después de leer la obra de Kenzaburo, nos asalta la duda de una posible disculpa, un arrepentimiento de las filas agresoras. Pero las confesiones del teniente coronel de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y piloto del Enola Gay, Paul Tibbets, al diario La Nación, de Argentina, resultaron claras: “Nunca perdí una noche de sueño por Hiroshima (…) La bomba demoró 54 segundos en caer y fueron los más largos de la historia (…) Sigo pensando que aquella fue la decisión correcta y en iguales circunstancias volvería a arrojarla”.
Tal día como hoy, hace 74 años, #EEUU lanzó la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de #Hiroshima ??
— teleSUR TV (@teleSURtv) August 6, 2019
La detonación creó una explosión equivalente a 13 kilotones de TNT?
¿La nueva doctrina nuclear de EE.UU. da paso a que se repita un ataque de esta magnitud en la actualidad? pic.twitter.com/467JecQ6Wa
El castigo fue al Japón imperial, al militarismo que durante los años precedentes llevó a los límites de un ego nacionalista. Sin embargo, la gente que no portaba armas, esos que son conocidos comúnmente como civiles, resultaron los más dañados. Caimanes que caminan como hormigas, así nombraron a las personas consumidas, en cuerpo y alma, por los efectos de la explosión y la radiación. Acostumbrados a matar a dos pájaros de un tiro, los yanquis también aprovecharon la ocasión para mostrarle su despliegue armamentístico a la Unión Soviética, rival de una guerra fría interminable.
Han pasado 74 años de aquellos oscuros sucesos y las fotografías, de las zonas cero, todavía sensibilizan como un recuerdo cercano. Las ciudades yermas, los juguetes calcinados, los hibakusha -supervivientes- penando en las calles o recluidos en los hospitales que muy pocos abandonaron con vida. Pero el poder es una venda que algunos no pueden ni desean quitarse de sus ojos y las moralejas de la historia, casi nadie las entiende. El 2019, la sombra de Hiroshima y Nagasaki sobrevuela nuestra “civilización” con la reciente salida de Estados Unidos del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF por sus siglas en inglés).
Ya los rusos habían sido acusados de ignorar el pacto en el 2014, signado por las dos potencias en 1987, que posibilitó la reducción de este tipo de armamento en un 80 %. A las voces de preocupación por el fracaso se sumó el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, quien imaginó lo obvio al hablar de un aumento de las tensiones entre los países y acertó al expresar cómo se ha roto un dique importante para contener una guerra de exterminio. El pensar en los efectos del hongo atómico siempre genera buenas ideas, pero está probado que la humanidad se mueve con acciones, no con palabras.
Desde principios de agosto de 1945, no hemos cambiado demasiado. Seguimos empeñados en desafiar e imponer, sobre el contrario, el temor a la ira de un desguace, de un Big Bang descontrolado. Continúa la política de los cañones, la pugna por equilibrar fuerzas a precios surrealistas: solo para la próxima década, EE.UU. destinará unos 494 mil millones de dólares para mantener y modernizar su arsenal nuclear. A la “familia” explosiva también se une el poderío misilístico de Francia, China,Rusia, Reino Unido, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte. En resumen, un estimado de 13 890 ojivas.
En lo personal, admiro y estimo a cualquier cronista de esta Tierra, sin embargo, espero que no surjan otros Kenzaburo Oé que recojan en sus cuadernos las miserias de un país en ruinas, de una ciudad que no duerma por el dolor de sus hijos.