CAMAGÜEY.- Él da respuestas de literatura exquisita. No podemos pactar encuentro y prefiere esta vía. Concuerdo. Por el chat de Facebook nace inspiración para mi cuartilla, “noticia” para Adelante, cura para el Camagüey en medio de tanto desánimo “viral”. “Solo espero estar a la altura suya, de ustedes, cuando termine estas líneas”, le escribo.
Sé que vuelvo a incurrir en una falta grave. Ya me han señalado que me involucro demasiado en mis textos periodísticos; y en primera persona no se es muy objetiva. No obstante, prefiero mostrar las historias tal y como me llegan, tal y como me hielan o me sanan para que el lector descubra, interprete a su modo. Es que Umberto Eco nos enseñó en la academia que cada receptor completa la obra. Y detrás de estas cuartillas hay una polisemia infinita.
“Lo que hacemos no es para tanto, sino el trabajo al que decidimos dedicar nuestras vidas”, responde.
En tiempos de coronavirus, a casi todos nos toca el aislamiento impuesto; él clasifica como voluntario. A Yosbel Hidalgo Dieppa, jefe del servicio de Medicina Interna en el hospital Amalia Simoni de esta ciudad, el cargo queda pequeño cuando conoces que es uno de los médicos que atendió al primer caso confirmado en la provincia con COVID-19.
Desde el día 17 de marzo el doctor Dieppa, como le conocen, no comparte la angustia de esta pandemia con los suyos. “Y faltan 28 aún”. Imagine la imposibilidad de estar en casa, aguardando, no más, a que todo lo malo pase. Imagine cuánto puede cambiar en 28 días, sobre todo por la agilidad con que se mueve este virus; y calibre, entonces, algunas magnitudes.
“Esta no es mi historia nada más; es la de siete personas más, y tantos otros en disposición”, establece desde el inicio del diálogo, porque ya lo dijo: “no es para tanto”.
Sin embargo se ve como tanto, se ve como todo, que un día te enteren que ahí mismo, cerquita, al otro lado de la puerta, está el “bicho” ese que anda matando gente por montones, y digas sí, paso, me arriesgo.
“Cuando se confirmó el caso con COVID-19 la dirección del centro se reunió con el servicio de Medicina Interna para organizar un sistema de trabajo de 24 horas directo con el paciente y 72 de descanso en otra sala, aislados dentro del mismo hospital. El personal que conformaría los equipos (un médico y un enfermero) sería voluntario; nadie puede disponer de la vida de otras personas. Nos ofrecimos los doctores Jorge Serrano Jerez, Roger Campos Batueca, Julio López Silverio y yo; además de los enfermeros Alexander Batista Zayas, Gilberto Sánchez Morgado, Waldo Velazco Nápoles y Liliana Gomila Suárez. Y así comenzó nuestro día a día”.
El miedo es lícito; no resulta oprobio. El miedo significa la prueba de que estamos vivos, de que tenemos un propósito, de que todo continúa, y ser parte significa la mejor de las elecciones.
“Esta sería mi primera misión. Porque no solo se está en una cuando sales del país; sino cuando acudimos a donde nos necesiten, y aquí, ahora, nos precisan más. Se trata de la situación de mayor riesgo a la que me he enfrentado en apenas dos años como especialista. Mentiría si dijera que no hubo temor. Antes de cruzar la puerta del cubículo, en la sala de Infectología, donde permanecía el paciente, se percibía tensión, una sensación que una vez dentro desapareció. Nosotros somos como los soldados, que nunca quisieran tener que participar en una guerra, pero si se presenta saben que tienen que acudir. Y este simboliza nuestro campo de batalla”, agrega Yosbel, simplemente el hombre.
Él escribe con una serenidad de espanto; en medio de un enclaustramiento absoluto y la posibilidad real de que el “bicho” le asome en su propio cuerpo, insiste en seguir calmando. Tal vez porque con esa calma elige despertar cada día para que a cada hora ellos imaginen al otro lado de la línea que todo está bien, que pasará pronto, que ya vendrán otros cumples para celebrar juntos. El 18 de abril del 2021 ya será otra vida.
“La familia nunca está preparada para asumir que uno se ponga en riesgo. No faltaron los ‘por qué tú; por qué te metiste en eso’. Sin embargo, hay una lógica simple que terminaron entendiendo: esas personas tienen padres, hijos, mujer o esposo, una familia que los espera, y no son culpables de haberse contagiado; merecen una atención con todo el esmero”.
Más tarde, cuando contacto con Liliana, ella comienza retomando esa última oración de Yosbel. Liliana Gomila Suárez también habla de esmero.
“Hubo susto, sí. La enfermedad es nueva para el mundo. Pero nunca le demostré inseguridad al paciente; necesitaba apoyo de todos los que se le acercaran. Nuestra profesión tiene como principio proveer de medicamentos al enfermo, pero también crear un ambiente de confianza y cercanía para que él exprese sus miedos, sus dudas, todo cuanto siente y cómo lo siente”.
Pretendo, pues, volverme un poco enfermera y traducirle, desde un periódico, a Maikol y Marco Antonio que en un día no pasa todo el tiempo-desafío, pero pasará; que mami volverá pronto más fuerte y feliz, y en esos estados seguirán ellos creciendo.
Con Gilberto la comunicación se pareció más al periodismo clásico. Prefirió la llamada telefónica. Falló la técnica y de memoria debí (d)escribirlo. Gilberto, el de la misión en Angola allá por el ‘85, y en Ghana, y luego en Belice “suena” buena gente. Aunque esto último ya verán que es mero lirismo en la escritura.
“Tuvimos toda la protección; no hubo una sola brecha en los cuidados. El paciente se portó muy colaborativo, disciplinado. ¿La decisión? Imagine, sobresale el compromiso con la profesión y las ganas de ser útiles y salvar vidas”.
Yo trato de imaginar. Pero de este lado del teléfono, sentada en mi cama no me alcanza la imaginación para hacer de un puñado de letras una obra extraordinaria como la suya. Ni siquiera en aislamiento. Ni siquiera en todo el resto de la vida.
“Gracias, periodista, por llamar e interesarse. Su trabajo es tan importante como el nuestro”. “Qué va, Gilberto, a usted. No cabe la comparación”, le respondo. “Sí, cómo no. Lo que hacen posibilita que las personas conozcan, tomen conciencia, y así nos ayudan a nosotros”, y ríe sincero.
Colgamos, y pienso cómo puede un hombre reír amplio cuando en el mismo párrafo ha dicho una oración seria, de esas de informe y protocolo: “Todavía nos quedan varios días en aislamiento. Al ser contactos directos de un paciente positivo, existe el riesgo. Pero hasta el momento estamos todos asintomáticos”. Buena gente, ya lo había presentado.
Por ahora también el coronavirus nos impide saber si antes o después de cada coma o palabra Yosbel, Liliana o Gilberto suspiran; cuándo abren más los ojos, y se emocionan y mueven las manos. Cuándo permanecen quietos; y sonríen de veras, no en jajaja. Ojalá pueda conocerlos pronto, cosa de requisito “personal e intransferible”, en una guardia o consulta común y corriente sin el acecho de unos titulares forzados para que Yosbel me cuente de Kevin, su “sobrino precioso”; para que Liliana me diga qué le pareció este texto sin los “sustos” suyos; para que el noble de Gilberto me haga más cuentos de estos días mientras veo su optimismo y sus dientes. Ojalá, ojalá esta plurientrevista “nerviosa” se vuelva crónica reposada.