CAMAGÜEY.- El cubano es solidario por naturaleza. ¿Quién no ha ayudado a cruzar la calle a un desvalido, indicado alguna dirección a un desorientado, levantado del suelo al caído producto de un tropiezo?

Por supuesto que existen excepciones, pero seguramente la media nacional ha de sumarse a esta cultura de educación gentil y buena crianza. Aunque, a veces, al decir de la voz popular, o nos quedamos cortos o nos pasamos.

Para este tema tengo un ejemplo de lo que es ayuda y amparo a la criolla. Les narraré un suceso donde de forma imprevista fui testigo, y puede que hasta actor principal.

Hace poco, al transitar sobre una estrecha acera invadida por un grupo de personas que frente a una oficina no sé de qué, hacían cola para no sé qué cosa, una dama me asaltó para que le prestara el lapicero que por hábito llevo casi siempre en el bolsillo de la camisa (de igual forma en que llevo una jabita de nailon en el bolsillo del pantalón).

Dicho y hecho. Así que mezclado con el grupo, de pie al borde de la acera y de espaldas a la calle, caballeroso al fin, esperé pacientemente para recuperar mi bolígrafo luego de que la dama terminara de anotar en una libreta lo que tanto le preocupaba.

Quiso la suerte que un carromato raudo, demasiado pegado a la acera donde estábamos, enganchara la mochila que yo llevaba al hombro arrastrándome un par de metros.

Imaginen la gritería y el “¡Aguanta cochero que mataste a uno!”. Ese uno, por supuesto, era yo.

En un segundo, veinte manos me levantaron del suelo, más sorprendido que golpeado, mientras un brazo arañado en la caída sangraba leve. “¡Pa´l hospital, hay que llevarte pa´l hospital!”, decían unos. “Busquen una máquina o un bicitaxi”, proponían otros. Mientras me aguantaban, me sostenían dudando que no tuviera, al menos, un hueso roto.

Y yo, el doliente, tratando de desprenderme de quienes me sujetaban. “Que no pasó nada, que estoy bien, gracias”. Pero ni por esas. El barullo era el mismo. “¡Pal hospital lo llevo yo!”, repetía asustado el cochero que se había tirado del carro “homicida”.

Entonces sucedió lo impensado. Alguien en el tumulto armado en medio de la calle, incluyendo a los trabajadores de la oficina sumados a los espectadores, me reconoció.

“¡Ese es el periodista de Catauro (la sección de facilitación social que publico cada sábado en la edición impresa de Adelante)! A ese hombre hay que cuidarlo. Que llamen a la ambulancia”. Y yo: “Que no, que estoy bien”, y mientras, aumentaba el número de curiosos.

Me parece que ese fue el momento en que, excitada, a una ancianita que también estaba en la cola le dio un vahído. “¡Agárrenla y siéntenla en el quicio. Caballero, busquen un vaso de agua que esta señora también se muere!” Y quienes acababan de llegar, despistados, preguntaban: “¿Hay otro muerto más? Acaben de llevárselos, ¡urgente!”

Pero entonces sucedió el milagro. Reaccionó la longeva. “No, no, ya estoy bien. Esto se me pasa”. “De todas formas que la lleven al médico”, y a partir de allí sesionó una especie de debate público para votar a favor o en contra de que la mujer fuera conducida al hospital.

Por supuesto, la algarabía de los congregados subió de tono, mientras varios teléfonos celulares captaban la escena. “Periodista, mire acá para la foto”. Y yo: “Que no voy al hospital”. Y la octogenaria: “Ya se me pasó, ya se me pasó.

A todo correr, un automóvil que alguien detuvo en la esquina irrumpió. “¡Ahí está el carro, llévenlos al hospital! Y todo el mundo apoyando, ayudando, cooperando, auxiliando. En aquel momento, como en una película de acción, las puertas del vehículo sonaron ¡pram, pram!, y el auto salió raudo con las luces encendidas y el claxon a todo vapor.

“¡Completo Camagüey!”, me dije en medio de la calle. Me limpié la sangre con un pañuelo, recuperé el lapicero, me eché la mochila al hombro y me sacudí los fondillos.

Uno de los que estaba en el grupo reparó en mí: “ven acá, ¿a ti no fue a quien arrolló el carretón?”. “Sí, fue a mí”. “¿Y a quién se llevó el carro ?”. “Ha de ser a la anciana”, dije. Entonces, el cochero que aún estaba allí, intervino: “esa señora salió corriendo de aquí”.

Y amigos, en ese justo instante, en aquella hermandad de criollos fraternos, imbuidos en el deseo de socorrer al prójimo, surgió, emergió, brotó la misma pregunta: “entonces, ¿a quiénes se llevaron pa´l hospital?”.