CAMAGÜEY.- Por estas fechas hay dos puntos del día que nos definen. Las once de la mañana en el “paralelo” del susto porque saldrá el doctor Durán y todo rasgado nos dirá en su parte que son más los cubanos contagiados; y las nueve de la noche, en el “meridiano” de la gratitud, donde Cuba se conecta para homenajear a sus hombres y mujeres, que en vilo extendido, como Durán, nos vuelven más duros, más sanos.
Resulta un gesto hermoso. En medio de la zozobra y el dolor por las cifras que cada día nos crecen en iguales proporciones, la “locura” de las nueve une, alinea, esperanza. Desde el domingo 29 Serrano conmina, y cada vez en más barrios y más casas la gente delira al instante del cañonazo. Esa es la pandemia que hoy debemos propagar.
El aplauso de las 9. Aplausos de admiración y cariño a nuestros héroes, a nuestros médicos del alma y el cuerpo. #CubaSalvaVidas #SomosCuba #SomosContinuidadhttps://t.co/jVMe0YIIRu Via @Granma_Digital
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) March 30, 2020
Cierto, ellos allá tomando temperaturas, auscultando pulmones, limpiando superficies, procesando análisis, lavando ropas, cocinando los alimentos, no escuchan los arrebatos en portales y balcones; pero a esa hora, en medio de los trajines y el peligro, en medio del aislamiento, mirar al reloj y sentirse recordado debe dar cordura, fuerzas.
En casa estrenamos tarde los aplausos. No supimos de la convocatoria aquel domingo y el lunes se nos pasó la hora. Pero el martes, el martes sí “nos botamos pa’l portal”, y desde entonces las 9: 00 p.m. es la hora preferida de Ximena. “Dale, mami, más video de aplausos”, dice, mientras improvisa otro rosario de gentes y hasta cosas que quiere que salven los “médicos buenos”.
El coronavirus nos ha impuesto más restricciones y más desamparo geográfico: ya no nos entra ni un solo avión, ni un solo turista eufórico por descubrirnos, y por tanto ni un solo centavo extranjero que tanta falta nos hace. Cuba, la de los límites mapeados, está más “sola”, menos mezclada, pero se sobra hasta para repartir a los suyos donde se les necesita. Son 15 brigadas ya, dicen. Es medio millar de gente confiada en que aquí a los suyos les podrán contener el hambre, las necesidades, la pandemia; pero no el impulso, ni la alegría, ni la “demencia”, ni la vida.
Cuba es mucha Cuba. Aquí, donde dicen que se vive del día a día, en claro cuestionamiento de nuestras finanzas; se sigue viviendo sin la “resolvedera” cotidiana. Las colas son las menos; las gentes “callejeando” también; los nasobucos asoman de todos los diseños y colores porque entendemos que vivir resulta diligencia impostergable. Cuba atiende a sus dirigentes y aplica cada recomendación. Cuba es terca, sí, pero noble y entendida, sabia. Hasta sus abuelos. Hasta sus niños.
“Mami, mañana... —y entra en la cuenta, reconsidera. Mami, cuando yo vaya ota vez al cítulo me pones este vestido”, y mi niña señala una bata naranja encendido. Ella sabe que no será mañana, quizás la reclusión tarde más de lo pronosticado, pero una certeza tenemos en este país: viviremos y venceremos. Ese día, cuando Serrano lo anuncie en titulares, cuando la promesa sea un instante quieto, mi niña vestirá de naranja encendido. Yo la acompañaré a su círculo, también en vestido, también en naranja, y seremos dos más en un país de locos y felices.
Estos días aciagos se volverán historia futura de un año bisiesto. En el cuento de la nación no faltarán el resumen de las medidas enérgicas; las imágenes de sus dirigentes explicando cada detalle en cada tarde mientras duró la tormenta; la crónica del doctor Francisco Durán, ese que aun con la licencia de sus años y su hipertensión no se aguanta en casa; no faltarán las entrevistas y testimonios de los muchos profesionales valerosos; ni faltará la recordación de una locura unánime, la del aplauso que nos sanó.