“(…) los pueblos, ay Camilo, te dan rosas,/ poemas y canciones más por cosas/ de cumplesueños que de cumpleaños,/ pues la edad de los héroes y los genios/ no se miden por días ni por años,/ sino por largos siglos y milenios”.Jesús Orta Ruiz

CAMAGÜEY.- Debo escribir del hombre de mi Zunzún amarillo. Cuando apenas aprendía de vocales y consonantes llegó mi papá un día con el regalo. A revista completa lo conocí, a pulso lo “leí”, a todas todas entendí que debemos quererlo.

Luego de tantísimas clases de Historia y fotos y anécdotas y memorias, los cubanos entendimos que él sigue naciendo; expertos en esa certeza somos los camagüeyanos porque fuimos los últimos en verle, porque fuimos a quienes dedicó sus últimos esfuerzos, porque somos el centro de su piropo “regionalista” más tierno: “Hombres habrá traidores, pero pueblos nunca, y menos Camagüey”.

A las 6:01 de la tarde de cada día asistimos a la maniobra eterna que levita al Cessna 310C No. 53 blanco y rojo y desde el aeropuerto aterrizamos con sus enseñanzas y nos atrevemos otra vez a volar. Sin remedio.

Camilo Cienfuegos Gorriarán, el niño de Ramón y Emilia, el del barrio habanero de Lawton, el de toda Cuba, se rehúsa a abandonar la Vanguardia, no lo amilana el hambre ni el asedio y avanza hasta Yaguajay, hasta el infinito, y junto al Che le cumple a Fidel la hazaña de la Invasión. Él nos conmina a esa lealtad. Hasta en la pelota.

Desde su altura desaparecen todos los límites y las coherencias. De simple mozo de limpieza se volvió Señor con nomenclatura de pueblo. Por eso tal renombre nos lo devuelve en un banco de camagüeyana Plaza rodeado de niños y “trabajadores” que desde entonces le emulan el temple y la dulzura.

Toca hoy 28 de octubre bañarnos de su imagen en cada río, mar, o charca; tocará robar la flor si no la tenemos, y ante tal “falta” seremos indultados; tocará el encuentro que es impulso; tocará, como siempre, quererlo. Y si la misión se logra con éxito, estaremos comprobando que “vamos bien”.