CAMAGÜEY.- La sensación era extraña. Entre el olor a humo de leña y carbón, propio de los hogares donde cocinar se ha vuelto una lucha diaria, las personas acudieron vestidas de gala, maquilladas, perfumadas. Artistas que en sus casas también sufrían los apagones llegaron con sus vestuarios impecables, dispuestos a dar lo mejor de sí mismos en el escenario. Y en medio de la incertidumbre, de la pregunta interna de por qué estábamos allí, la respuesta llegó con el tambor.

El retumbar en el pecho cuando sonaron los tambores de la conga Los Comandos disipó cualquier duda. Jóvenes y niños con sombreros de yarey y vestuarios coloridos llenaron el espacio con su energía. Sus farolas adornadas, los tatuajes en sus instrumentos, su entrega total al ritmo ancestral, recordaron que lo que mueve a un pueblo es su cultura, su identidad.

Esta aparición de la conga en la Semana de la Cultura Camagüeyana ha sido un hecho excepcional. Tradicionalmente, los tambores permanecen guardados tras la culminación del San Juan en junio y sólo comienzan a resonar nuevamente alrededor de abril, cuando los sanjuaneros empiezan sus ensayos nocturnos y madrugadas de práctica. Sin embargo, este año, por primera vez en mucho tiempo, la Semana de la Cultura ha dado un protagonismo especial a las manifestaciones populares desde sus propios practicantes. La inclusión de Los Comandos en la dedicatoria de esta celebración marca una diferencia significativa, resalta la riqueza de la identidad cultural del pueblo camagüeyano.

La ciudad despertó anoche entre la penumbra y el resplandor de su historia. En medio de días difíciles, marcados por largas horas sin electricidad, el inicio de esta Semana se sostuvo con la fuerza de la tradición y la voluntad de su gente. La celebración de los 511 años de la fundación de la antigua Villa de Santa María del Puerto del Príncipe se convirtió en un acto de resistencia cultural.

Como cada año, la ceremonia inaugural comenzó con la Lectura del Bando desde el balcón de la sede municipal de gobierno. Esa tradición, heredada de la época colonial española, mantiene vivo el ritual de anunciar medidas y prohibiciones para la festividad, aunque ahora el discurso de la máxima autoridad gubernamental del municipio se enfoca en resaltar la cultura e incentivar las buenas prácticas ciudadanas. Acompañando la lectura, el Ballet Folklórico aportó el ritmo de la música cubana y la danza, mientras la Banda Provincial de Conciertos aportaba al aire con sus notas solemnes.

No podía faltar la conga Los Comandos, que este año celebra su aniversario 80 y sigue siendo el alma de las festividades tradicionales, especialmente del San Juan Camagüeyano. Como símbolo de la historia y la continuidad, dos figuras portaron las mazas capitulares: Yaidel Agustín Sánchez Ramos, director de la conga, y Gregorio Márquez Flores, director del Teatro Principal. Estos cetros recuerdan el honor concedido por el rey Fernando VII en 1817 al elevar la villa a la categoría de ciudad.

Cuando aún no comenzaba la Lectura del Bando, la oscuridad se impuso en las zonas adyacentes a la sede de gobierno. Sin embargo, ni la falta de electricidad detuvo la marcha. Autoridades y público avanzaron a tientas por la calle Cisneros, guiados por la memoria y la determinación, hasta llegar a la Plaza de los Trabajadores, una de las pocas áreas iluminadas del centro histórico urbano —Patrimonio de la Humanidad desde el 2008—, parte del circuito protegido del corredor cultural. Allí, la luz volvió a abrazar la noche y, al acercarse al Teatro Principal, la ciudad parecía recuperar su esplendor momentáneamente.

La gala en el Principal, dirigida por Gregorio Márquez, fue un homenaje a la historia del emblemático recinto, a sus artistas y trabajadores de todos los tiempos. Dentro del marco de los 175 años de su fundación, el teatro vibró con la emotividad de un pueblo que, a pesar de la adversidad, sigue apostando por la cultura como faro y refugio.

Así comenzó la Semana de la Cultura en Camagüey, entre sombras y destellos, entre el peso de la historia y la tenacidad de su gente. Porque aún en la oscuridad, la cultura ha de seguir encendida.