CAMAGÜEY.- La obra del coreógrafo José Antonio Chávez no cabe en una función, pero las seis piezas interpretadas anoche por el Ballet de Camagüey bastaron para destacar su dimensión como artista y como ser humano.
El programa comenzó con el estreno mundial de Volar, volar, persistente en dibujar un paisaje poético debido a la terquedad de un autor que impulsa a soñar como cualidad indispensable para vivir.
Así logró sobreponerse a los obstáculos desde su infancia, cuando fue expulsado de la casa por querer bailar, hasta aferrarse a su camino profesional con la danza, donde lleva 50 años.
Adam (pas de deux), La muerte del cisne, Fatum, Desequilibrio y El beso de la muerte también estuvieron en el bordado de una noche que exigió la entrega total de los intérpretes.
José Antonio Chávez tiene una bailarina estrella, Susel Rockwood, en quien confía por la capacidad y el sentimiento con que ofrece su alma y su cuerpo a los designios de cada obra.
Ella, una de las figuras principales de la compañía fundada hace 53 años, transitó del sentido lírico de Volar, volar, y la complejidad de La muerte del cisne, a la virulencia de la pieza de cierre, El beso de la muerte.
No fue posible la presentación de Alfonsina, tan amada por el coreógrafo, sin embargo la función estuvo llena de decoro y de los matices del discurso de un creador que transforma en belleza las desgarraduras, la angustia y la soledad.
Antes de descorrerse el telón, José Antonio Chávez fue reconocido por autoridades políticas, de gobierno y culturales de la provincia que lo acogió como hijo adoptivo.
Agradeció de manera especial al público por la calidez de su aplauso, y deseó trabajar 50 años más como gratitud al Camagüey donde enraizaron sus sentimientos y donde se ha dado a la cultura con plenitud.