CAMAGÜEY.- Mientras quede alguien que crea, eJo seguirá. Esa certeza, dicha con voz serena por Omar González Catá, resume el espíritu que ha sostenido al proyecto durante un cuarto de siglo: la fe en la cultura como casa común, como refugio y desafío, como manera de vivir con buen gusto y decencia aun en medio de tiempos inciertos.
El 30 de septiembre, Camagüey celebró el aniversario 25 de este sueño hecho institución. La clausura de la novena Bienal de Narración Oral Cuenta Cuentos, con artistas llegados de varias provincias, fue también un homenaje a quienes, durante años, han tejido con palabras y gestos la historia de eJo. Ni los apagones ni la crisis de energía pudieron impedir que los cuentos cumplieran su cometido: elevar el ánimo, tocar el alma.
La memoria se coló en cada conversación y en cada aplauso. La pintora Ileana Sánchez evocó al joven médico que fue Omar, reconstruyendo cuerpos de quemados como quien ya ensaya un arte secreto; pasando después por la ginecobstetricia y la oncología, hasta dejar el bisturí para fundirse con las artes aplicadas junto a Julio Hernández. Recordó que todo comenzó en la sala de su casa, cuando redactaron el proyecto y soñaron un estilo distinto, vintage y elegante, que daría a la ciudad un aire renovado. “Si eJo naciera hoy, sería el mejor Proyecto de Desarrollo Local o la mejor Mipyme”, dijo con una sonrisa.
Aquel inicio tuvo la bendición del comandante Juan Almeida, quien vio en eJo un escenario de lo comunitario. Desde entonces, su prestigio creció con el Salón de Pequeño Formato y con esta misma bienal. Pero más allá de los eventos, la esencia fue otra: dar a cada artista un espacio donde ser ellos mismos. La escritora Niurki Pérez lo expresó con claridad: lo valioso era esa sensibilidad que recordaba quién era cada cual, cómo y cuándo tenderle la mano.
Los años trajeron mudanzas, primero frente al Teatro Principal, luego en la sede de la calle Ignacio Agramonte. Allí se consolidó una comunidad que agradece. “No podemos claudicar —dice Omar— porque sería de cobardes”. Y no lo ha hecho: ahora los hijos y nietos de los primeros creadores vuelven al lugar donde sus padres iniciaron caminos.
Tras la muerte de Julio, hace seis años, el actor Grabiel Castillo asumió la dirección artística con bríos nuevos, apartando obstáculos y cargando sobre sus hombros la continuidad. A su empeño se suma la entrega diaria de los artistas y trabajadores que han sostenido la obra. Por eso, en la clausura, no faltaron los reconocimientos: del gobierno municipal, que nombró a Omar Hijo Distinguido, y de la comunidad inmediata, con la presidenta de la circunscripción 15 ofreciendo un sencillo diploma que, en su humildad, vale tanto como el mayor galardón.
La bienal, a pesar de las dificultades, cumplió su programa. Con cuentos y metáforas venció la penumbra de los apagones y devolvió a la gente un aire de esperanza. Y al anunciar que un aula de formación artística abrirá en convenio con la Universidad de Camagüey, la celebración se volvió promesa de futuro: allí se prepararán instructores y maestros, y se perfeccionará el propio colectivo.
Han pasado veinticinco años y, sin embargo, parece que eJo siempre estuvo. Está en los colores de La Casona, en las voces de los narradores, en la memoria de quienes encontraron aquí su lugar. Está en el barrio agradecido, en el gremio de artistas que lo llama casa. Está en la convicción de Omar, que sabe que la esencia es innegociable: cultura, educación, decencia, el gesto de dar la mano.
Por eso, más que aniversario, la fecha fue celebración de una manera de vivir. Veinticinco años después, eJo sigue siendo faro y semilla, ejemplo de lo que se logra cuando el arte se comparte como un acto de fe.