CAMAGÜEY.- Ella siempre sorprende. Cuando parece que todo lo ha dicho a través de sus cuentos o de los libros artesanales de Buya, Niurki Pérez abre otra puerta a la cubanía. Aparece con los hilos en la mano y nos cambia la mirada desde Camagüey.

 Cada lunes, desde las nueve de la mañana en la casa de Maribel Vidal Cervantes —muy cerca de la Plaza de San Juan de Dios— se reúne con un grupo de artesanas conocidas como las Hormigas Locas. Allí enseña las técnicas antiguas del deshilado: la randa, el repulgo, esos encajes finísimos que alguna vez adornaron las sábanas de nuestras abuelas y que hoy vuelven a la vida entre agujas, lienzos y conversación.

 “Pasamos tres, cuatro horas deshilando, bordando, aprendiendo cómo hacer un encaje de randa con hilo, y la gente se relaja muchísimo, es mejor que un diazepam”, confiesa Niurki entre risas. La música acompaña y las palabras fluyen entre puntadas. “Sabemos que en Trinidad existen talleres de deshilado, pero no sabemos en otras partes de Cuba cuáles hay. Estamos aportando esto”.

 Su saber viene de lejos. Aprendió de mujeres de Hatuey como Trinidad Cruz Crespo “Trinita” (1925), Esperanza López Vedo “Panchita” (1923-2011), y también de una vecina que había pasado por una escuela de monjas.

 “Ya nadie sabe poner botones ni hacer ojales ni remendar. Hemos premiado a las industrias textiles pero lo que nos venden como bueno se hace a mano. ¿Por qué no sabemos hacerlo? Hay que aprender. La belleza no es inocua, es útil. Y si nos rodeamos de cosas bellas, no tenemos por qué vivir una vida fea.”

 Niurki lo profundizó cuando en los años ochenta trabajaba en una Casa de Cultura y le encargaron investigar textiles para el Atlas Cultural de Cuba.

“Como nadie me relacionaba con la literatura, me mandaron a investigar bordados, encajería, tejeduría… y así aprendí a tejer crochet, a dos agujas, a hacer frivolité, miñardí, deshilado. Presenté una muestra pero la investigación desapareció. Ese atlas hubiera sido quizás un ancla enorme para sujetar la cubanía”.

 Ese rescate de lo doméstico, de lo aparentemente pequeño, la atraviesa toda. Lo mismo en los hilos que en los libros artesanales que produce con Buya, hechos a mano, pieza por pieza, y que aspira a disponer de una muestra en octubre para la Jornada de la Cultura Cubana.

 De hecho, fue en un espacio cultural donde volvimos a tropezarnos con ella: la Bienal de Narración Oral del Proyecto eJo. Allí coincidió con el guantanamero Ury Rodríguez, quien llegó a la ciudad con un regalo inesperado: el espectáculo “Patatos son los cuentos”, inspirado en su libro “Cuentos Patatos”, convertido ya en un clásico de la literatura cubana.

 Ury recuerda que hace 30 años, por pura casualidad, entró en una librería de una terminal de ómnibus y encontró un librito en blanco y negro, con ilustraciones ingenuas. Era la primera edición de “Cuentos Patatos”. Lo leyó allí mismo, en la terminal, y desde entonces lo ha contado mil veces.

Hoy, con títeres y personajes, sostiene ese espectáculo para niños de las primeras edades, convencido de que “el cuento es la vía más emocional para que los pequeños, de cero a seis años, puedan construir y participar en la historia”.

 Uno de esos relatos, el de la lagartija que despreció su cola, volvió a narrarlo en el Dodo’s Café, con Niurki en el público. Porque la cubanía, como dice ella, no está solo en la mulata del carnaval, sino en esas tradiciones que sostienen la belleza y la memoria. Y la belleza merece un lugar en nuestra vida cotidiana.