Volver a Imaginart Teatro Video Mapping dentro del Festival Internacional de las Artes de Castilla y León (FÀCYL) es, de algún modo, abordar un tren que ya me resulta familiar. Aún tengo frescos los recuerdos del Bosque Mágico, aquella propuesta inmersiva en el Huerto de Calixto y Melibea donde los árboles hablaban y las historias cobraban vida con luz y sonido.
El año pasado, el viaje era hacia mundos fantásticos como Alicia en el país de las maravillas. Esta vez, el destino era más íntimo: La Estación, una creación multidisciplinar ambientada en un espacio cerrado —una sala del Palacio de San Boal— que remite a las estaciones de tren de los años veinte.
El espectáculo mezcla lo nostálgico con lo tecnológico, lo emocional con lo visual, y se enmarca en una idea muy poética del viaje y del encuentro. Desde la entrada misma, el montaje promete una experiencia sensorial: la taquilla antigua, el área de señalización de maletas, los coches de tren ambientados con mimo, el bar con barra y pole dance, hasta llegar al tramo final con teatro de sombras, un pequeño trencito y proyecciones holográficas. Todo habla de tránsito, de memoria, de umbrales.
Tuve el privilegio de asistir al primer pase para prensa, y luego mezclarme con el público en funciones abiertas. Vale subrayarlo: esta es una de las muchas propuestas de acceso gratuito, porque el FÀCYL democratiza el arte y genera encuentros inesperados. Uno de esos fue el que más me conmovió. Cerré los ojos y volví a Cuba. Con la música como brújula. Y la emoción como equipaje.
En un coche aparece una figura que rompe con todo lo anterior. Mariana Núñez, joven cantante y violonchelista cubana —actualmente estudiante en el Conservatorio de Salamanca— es parte activa del espectáculo. Su presencia no solo musicaliza el vagón, sino que lo humaniza profundamente. Canta bolero y trova tradicional. Primero, En el mapa de tu cuerpo, del compositor Julio Fowler, muy versionada por Gema Corredera. En ese instante, la metáfora del viaje se vuelve personal. Luego, Longina, esa joya de Manuel Corona. A mí, cubana también, me transporta a una casa, a voces que creí lejanas.
ENTRE LA EMOCIÓN Y LA TECNOLOGÍA
La Estación no es solo una instalación escénica: es un espectáculo vivo que se mueve por capas. Teatro, música en directo, pole dance, mapping, hologramas... ¿Cómo integrar todo esto sin perder el alma? Esa fue una de las claves de la conversación con Virginia Urdiales y Begoña Martín, dos de las actrices del elenco.
“Nos gusta investigar a lo largo del año con tecnologías, pero siempre partimos del mensaje, del corazón”, dice Virginia. “La tecnología nunca debe comerse al actor. La luz, por ejemplo, es poderosa, pero primero debe haber sensibilidad, emoción.”
Ambas coinciden en que el contacto directo con el público es esencial. Ya sea mirándolos a los ojos desde el andén o esperándolos en el interior del tren, hay una intención clara de que el espectador sienta que forma parte del viaje. “No es lo mismo el Huerto, donde la gente se mueve libremente entre nosotras, que este espacio cerrado —explica Begoña—. Aquí se construye una cuarta pared, pero la cercanía emocional se mantiene.”
La conversación derivó, inevitablemente, en la intimidad del proceso creativo. “Crear un espectáculo es como tener un hijo —reflexiona Begoña—. Lo gestás, lo parís, y te da momentos hermosos, pero también noches de insomnio. Queremos agradar a todos, aunque no siempre se puede.”
Entre ellas se percibe complicidad, respeto y entrega. “Trabajamos con la verdad en la mano”, añade, “y eso a veces también es doloroso, pero es la única forma en que sabemos hacerlo”.
EL VIAJE INTERIOR
En el área de objetos perdidos, dos amigas —Virginia y Begoña— buscan una maleta extraviada. Pero no es solo una maleta lo que han perdido. En sus diálogos, juegan con las palabras: coger o no coger el tren. No es lo mismo cogerlo que perderlo. Lo que vemos no siempre es lo que es.
Entre canciones y humor, se entrelazan pensamientos profundos que parecen trabalenguas, porque “en ocasiones, para encontrarse hay que perderse”, aunque también pasa que mientras nos buscamos es posible que nos perdamos.
Hablan de ventanillas especiales, casi mágicas, que venden un billete muy particular: el billete del alma. Solo algunos afortunados logran encontrarlo. La última escena de ambas termina con una pregunta suspendida en el aire: ¿Por qué a veces nos parece que cualquier tiempo pasado fue mejor?
Luego, en el coche 369 hay sabor y espíritu latino. Representa esa conversación grata con un desconocido que no sabes a dónde te llevará. Un viaje que busca inspiración. En él, una pasajera le confiesa a Mariana que va… a la felicidad. En efecto, como insiste la cantante chelista, a veces nos preocupamos más por el destino, pero no siempre por lo que nos puede pasar durante el trayecto.
Le sigue el coche-bar, donde hay una ruleta del destino. Aquí todo puede pasar. Dos actores motivan al público para atreverse a tentar las señales del destino. Un niño recibe este mensaje: “Despierta tu sonrisa”. A una señora le sale simplemente: “Respira, tan solo respira”. Y de ahí se aprovecha para el brindis. Como enfatiza un actor: No todo va del futuro… también se trata de brindar: por la amistad, el amor, la salud, la felicidad.
A la vista del coche-bar está el espacio de la bailarina, que antecede a la Estación de los Sueños. Entonces en nombre del elenco, una actriz agradece y desea a cada pasajero que el viaje de sus vidas sea maravilloso.
Ya volviendo sobre nuestros pasos, previo a la taquilla, está una salita oscura, donde aguarda un pequeño mapping sobre un objeto que simula la fachada de la estación, como un último guiño a este universo poético. Un espacio donde perderse puede ser el primer paso para encontrarse. Donde los trenes no siempre llevan a destinos, sino a revelaciones.
La Estación, entonces, se revela no como un simple espectáculo, sino como una experiencia compartida. Una sucesión de vagones en los que cada espectador puede reconocerse: en la nostalgia del adiós, en la esperanza del reencuentro, en la música que le devuelve la tierra de origen. Como bien resume Virginia: “Queremos que cada persona encuentre un vagón con el que se identifique. Que viva su propio viaje interior”.
Y yo lo viví. Lo viví entre maletas, entre mapas, entre sombras y canciones. Lo viví reencontrando un trozo de Cuba en una sala antigua de Salamanca. Porque al final, como bien dice la sinopsis del espectáculo: La estación no es solo un destino. Es el umbral de los recuerdos y el inicio de nuevas historias.