CAMAGÜEY.- La camagüeyana Verónica Hinojosa regresa a su ciudad natal después de muchos años, invitada a la primera Feria Fiñe, una iniciativa para la familia impulsada por el Consejo Provincial de las Artes Escénicas. Maestra en la escena, Verónica asume el espectáculo sola, con una impresionante capacidad para dar vida a los títeres y conectar con su público.
La primera función, improvisada en el lobby del Centro Cultural José Luis Tasende debido a un apagón, fue un espectáculo de pura magia y entrega. Con títeres, palabras y emoción, hizo viajar a su público—niños de la escuela primaria de al lado y espectadores que llegaron atraídos por su arte. Pero su regreso no quedó ahí: también ha llevado su talento a otros espacios, como a un hogar de ancianos, para reafirmar que el teatro es un puente entre generaciones.
Desde su formación en Camagüey hasta su recorrido internacional, Verónica ha demostrado que el arte de contar historias es, ante todo, un acto de amor. Su historia es la de una artista que nunca deja de volar, pero que siempre regresa, como reafirma en esta entrevista ofrecida para los lectores de Adelante.
—Verónica, ¿qué se siente al volver?
—Siento muchas emociones encontradas. Como decía Nicolás Guillén, es como si estuviera en la sala de un cine viendo mi vida pasar. Camagüey es el lugar donde nací, donde crecí, donde perdí a mis padres y donde me hice profesional del arte. Volar es necesario, pero siempre se regresa al punto de partida. Hacía muchos años que no venía, desde que me dieron la distinción de Hija Ilustre de Camagüey. No es que no quisiera regresar, sino que no había recibido la invitación. Ahora, gracias a este evento, tengo la oportunidad de reencontrarme con mi gente y, sobre todo, con los niños, que tanto necesitan de la narración oral y el teatro de títeres.
—Lleva muchos años presentándose en solitario. ¿Por qué?
—Es un reto constante, pero también una gran satisfacción. Los niños son un público sincero: si algo no les gusta, lo muestran de inmediato, pero si les atrapas, participan activamente. Hace más de cinco o seis años que trabajo sola. Esto me ha permitido viajar con más facilidad y ampliar mi repertorio. El arte es un puente entre los pueblos, y cada presentación en otro país es como un termómetro que mide el impacto de lo que hago. Con el tiempo, también sentí la necesidad de expandirme y comencé a trabajar monólogos y espectáculos unipersonales. Aquí presenté El tesoro de papel, una obra en la que exploro diversas formas de contar historias: con la voz, con títeres, con imágenes, con libros e incluso de manera interactiva con los niños.
—Muchos la asocian con Las Tunas, aunque saben que es camagüeyana. ¿Qué recuerdos guarda de su paso por el teatro aquí?
—Recuerdos imborrables. No puedo hablar de mis 53 años en el arte sin mencionar a mis maestros: Albio Pérez, Nancy Obrador, Zunilda Fabelo y Mario Guerrero, entre otros. Yo estudiaba enfermería cuando mi hermana, que ya falleció, me avisó sobre un curso de captación para el teatro. Fue un proceso muy exigente, con una prueba teórica y una práctica. De 30 aspirantes, solo tres fuimos seleccionados: Isabel Santos, Elizabeth Peñate y yo. De ellas, una emigró, otra se jubiló y yo sigo aquí, comprometida con el arte.
—¿Qué criterios sigue al elegir las historias que narra?
—Primero, debo enamorarme de la historia. No se trata solo del texto, sino del mensaje que transmite. Luego, realizo un trabajo de versión para adaptarlo a mi estilo y mi línea estética. A algunos escritores les molesta, pero es mi manera de hacer teatro. Me gustan tanto los cuentos infantiles como los de amor para adultos. Es importante que la historia me atrape, porque si no lo hace, no puedo transmitir nada al público.
—Aunque pasó muchos años fuera de Camagüey, los camagüeyanos siempre la han sentido cerca, especialmente a través de tu hija Leonor Pérez. ¿Sigue viendo el arte en la familia como un legado?
—Definitivamente, es algo genético. Mi padre era músico, mi hermano también. Mi hermana, aunque era enfermera, fue locutora. En mi caso, la actuación llegó desde los cuatro años, cuando mi padre me subía a una mesa y me ponía a declamar. Mi hija Leonor también heredó el talento. La formé desde pequeña, y trabajar juntas ha sido una de mis mayores alegrías. Para mí, ella es mi mejor creación.
—Esperamos seguir disfrutando de ustedes en escena. Muchas gracias, Verónica.
—Gracias a ustedes. Ojalá puedan vernos juntas en un espectáculo pronto.