CAMAGÜEY.-  Ser madre y periodista a veces es como caminar en la cuerda floja: equilibrando entre la responsabilidad profesional y el deseo de ser testigo, junto a mi hija, de las pequeñas maravillas que el mundo nos ofrece.

En ese sentido, el Festival Nacional de Teatro de Camagüey se convierte para mí en ese espacio híbrido, donde las crónicas se escriben desde la butaca, mientras la mano de mi hija descansa en la mía, apretándola con entusiasmo al ver algo que la emociona.

Ayer, esa emoción tenía nombre: Brizna. La obra del Guiñol de Remedios es un viaje colectivo hacia la belleza de lo sencillo, hacia un rincón de la infancia donde los títeres hablan y los actores se convierten en cómplices de un sueño.

Estábamos en la primera fila, tan cerca que las voces de los actores parecían susurros al oído, y las figuras animadas —no meros objetos, sino personajes con alma— parecían extender sus manos hacia nosotros. Mi hija, ojos brillantes y sonrisa amplia, no esperó a cruzar el umbral de la puerta para dar su veredicto: “Es lo más lindo que he visto”.

Su sentencia era certera. Allí, frente al escenario, los actores de Remedios no solo representaban una obra; rendían homenaje a Fidel Galván, el alma de su colectivo, el director que moldeó su identidad. La actriz que daba vida a Brizna rompió en llanto al final, en un gesto de gratitud y desahogo. La última obra de Galván parecía encerrar todo lo que soñó: música en vivo que envuelve, actores visibles que no se esconden tras los títeres, sino que se ofrecen por completo al público, y una atmósfera que invita a soñar despiertos.

El Guiñol de Remedios, parte de un movimiento que resiste el paso del tiempo, trae consigo la tradición viva de los títeres en Cuba. Es una resistencia casi poética: apenas quedan unas pocas agrupaciones —Papalote en Matanzas, Camagüey, Guantánamo y este grupo de Villa Clara— pero cada una es un bastión de arte e ilusión.

El grupo de Remedios fue pionero, llevando magia a una pequeña ciudad que no es capital de provincia, hasta convertirse en sede y en el hogar de un festival nacido de otro sueño de Galván: la jornada teatral “Canción que borda un cuento”.

Mientras escribo esto, la voz de mi hija resuena en mi memoria, emocionada por lo vivido y ansiosa por volver. Porque hay una oportunidad más: hoy y mañana, a las 2:30 pm, podremos reencontrarnos con Brizna y con todo lo que este colectivo representa en la sede de La Andariega.

Como madre, me conmueve que mi hija pueda experimentar algo tan hermoso. Como periodista, celebro que este festival me dé la oportunidad de contar historias que, como la de Brizna, trascienden el escenario y llegan directo al corazón.