CAMAGÜEY.- En el vasto y a veces impredecible territorio de curiosidad de los niños, no siempre estamos completamente preparados para guiar sus inquietudes. A menudo, me siento insegura ante las preguntas de mi hija, pero me esfuerzo por abordar todos los temas posibles, incluso los más difíciles o inesperados. Por suerte, la literatura a veces llega al rescate. Esta semana, dos historias en libros nos proporcionaron un punto de partida para hablar sobre deslealtad y migración.
Alma, que cursa el quinto grado, estudió en clase la leyenda alemana El flautista de Hamelín, documentada por los Hermanos Grimm a principios del siglo XIX. Este cuento, conocido por su magia y desenlace trágico, revela dolorosas verdades sobre el incumplimiento de promesas y sus consecuencias. La maestra lo usó para enseñar a extraer la idea esencial de un texto.
Para expandir la perspectiva más allá del libro escolar, decidí cumplir una promesa hecha días atrás: leer juntas la novela Alma y la isla, de Mónica Rodríguez. Galardonada con el XIII Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil, explora la dura realidad de una niña migrante en una isla europea, rescatada por un pescador, el padre de Otto. El ejemplar del 2016 es un regalo de la autora dedicado a mi hija, el regalo de otra Alma que cruza el mar y las páginas del libro en busca de un camino hacia la paz. Mi hija empieza a descubrir el lenguaje poético y emotivo de Mónica.
Es notable cómo la autora aborda temas sombríos como las muertes en el mar, usando un enfoque que no simplifica la gravedad del sufrimiento. En la novela, la isla, que parece un lugar tranquilo, es en realidad un sitio donde los cuerpos de los ahogados llegan continuamente. La dura realidad tras la aparente calma.
Foto: Tomada de https://rtvc.es
Para muchas personas, el mar es tanto un puente hacia la esperanza como una barrera mortal. La conexión entre mi hija, esta historia y yo es poderosa, especialmente viviendo en Cuba, una isla donde el mar siempre tiene una presencia simbólica, incluso si no lo vemos a diario. El hecho de que haya personas que se arriesgan en el agua en busca de una vida mejor teje un hilo común entre distintas realidades insulares.
La novela nos pregunta: ¿Qué haríamos nosotras en una situación similar? Cuba, con su historia de migración y el mar como un símbolo de escape, aventura y riesgo, comparte paralelismos. La llegada de embarcaciones de migrantes, especialmente haitianos, también es un tema relevante. Aunque en nuestra ciudad estamos distantes del mar, sabemos cómo las embarcaciones llegan. De nuestras costas también salen cubanos hacia Estados Unidos.
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
En 2021, el periódico Adelante de Camagüey informó sobre un caso que tuvo gran eco en la prensa cubana. El reportero detalló la llegada de 183 haitianos a Cayo Cruz, un pequeño cayo ubicado al oeste frente al Canal Viejo de Bahamas. Recibieron atención médica urgente, alimentación y avituallamiento. Al poco tiempo fueron repatriados en avión.
Leímos la novela en turnos, alternando capítulos. Mi Alma quedó profundamente conmovida por la historia de la tocaya y pronto identificó las primeras señales de racismo y las criticó.
La llegada de migrantes de piel negra a una isla habitada por personas blancas ilustra las tensiones culturales y sociales que enfrentan. En cambio, hay un poderoso símbolo de conexión intercultural. Me refiero al amuleto de cuero regalado por Suleman años atrás a Otto. El hecho de que el objeto resurja en su relación con Alma, subraya cómo los símbolos pueden trascender las barreras culturales y raciales. La amistad entre Alma y Otto se convierte en un salvavidas emocional.
Quiero comentar algo más sobre el personaje de Suleman, un vigía de los migrantes. Es uno de los pocos migrantes que se ha quedado en la isla, representa una excepción a la norma. Llegó siendo niño, como lo es Alma en la historia, y ha logrado encontrar un lugar en la isla, aunque su rol es ambiguo. Que Alma finalmente sea llevada a un centro de acogida en la península refleja el destino habitual de muchos niños. La isla podría haber representado un nuevo hogar para Alma, pero su sociedad no parece preparada o dispuesta a acoger de forma permanente.
Aunque la novela ya tiene algunos años, su relevancia se mantiene en el contexto europeo actual, especialmente con las oleadas de migrantes. Durante mis estancias en España, noté que los telediarios se enfocan en la “alarma” y las cifras, mientras que la perspectiva humana de los migrantes queda a menudo relegada.
Alma y la isla personaliza la tragedia. Ayuda a ver la crisis migratoria no como un fenómeno global, sino como una colección de historias individuales llenas de emociones, desafíos y resiliencia. Ahí es donde el relato de Mónica destaca, como ventana hacia el interior de esas vidas. No podemos observar desde una distancia cómoda. Debemos imaginar la desesperación, el miedo, pero también los sueños que impulsan a estas personas a embarcarse en viajes peligrosos.
Hace poco leí otra novela de Mónica, en la que también aborda la migración forzada, pero en un contexto geográfico diferente. Aproveché la oportunidad de ser la mensajera del ejemplar de Pájaros de sol, para el escritor cubano Ariel Fonseca. En este caso, la autora enfoca los refugiados de Oriente Medio que huyen de la violencia y los bombardeos.
Mónica está comprometida con el activismo. Colabora con los campamentos saharauis, y ha destinado beneficios de producciones como Arena y agua (Bubisher, 2019) para la construcción de bibliotecas en el desierto. Utiliza su plataforma para apoyar y aumentar la conciencia sobre el sufrimiento continuo.
Foto:Tomada de prensaiberica.es
Colocar a los niños en el centro de la narrativa convierte la literatura en una herramienta poderosa para la educación en valores. Además, ver el mundo desde la perspectiva de los más jóvenes, pondera a quienes todavía tienen la capacidad de imaginar un futuro más inclusivo y de cuestionar las injusticias que los rodean.
Reafirmo que la lectura es fundamental en su educación. Al enfrentar temas tan complejos como la migración, la deslealtad o la pérdida, he aprendido que no siempre tengo todas las respuestas para las preguntas de mi niña. Pero, gracias a la literatura, vamos encontrando un espacio seguro para explorar juntas estos temas, como sucedió con Alma y la isla.
El ejemplar es precioso y aunque apreció las ilustraciones de Ester García, como últimamente le ha dado por dibujar, mi hija quiso retratar a su manera al personaje principal. Ha resaltado con delicadeza y fuerza los elementos que más la conmovieron de la historia: la fragilidad de Alma, pero también su esperanza.
Así, lo que comenzó como una inquietud ante los dilemas de la vida se ha convertido, a través del libro, en una oportunidad para ver el mundo con más empatía y comprensión. Porque, al final, tanto las almas como las islas, aunque a veces parezcan distantes y desconectadas, están unidas por los mismos mares de esperanza y desafío. Justo en ese espacio compartido, es donde mi hija y yo aprendemos juntas a encontrar respuestas mientras navegamos entre preguntas, imágenes y palabras. Esta mañana, al terminar el dibujo me ha dicho, Mamá, estoy dispuesta a aprender a hablar africano.