CAMAGÜEY.- “Soy de origen cíngaro, y para mí el temor no existe”, expresa la delegada de la circunscripción 35, Iraida Curró Basulto cuando habla de su disposición ante una situación compleja o un instante difícil. Así alude a la etnia originaria de Hungría, tierra natal de su padre, como un sinónimo de fuerza. Esa cualidad, y la su pericia, la han mantenido como líder de su comunidad durante 45 años.

“Aquel 1976, que resulté electa, hacía unos meses se había aprobado la Constitución, el 24 de febrero y se instituían los poderes populares en las provincias. Yo empecé a trabajar desde muy joven. Siempre he sido una mujer muy dispuesta a acometer cualquier empresa. Por eso, pude integrar con éxito al Quinto Cuerpo de Ejército del Estado Mayor, del Centro, con solo 14 años”.

La vida de Curró Basulto es, básicamente, la de una mujer guerrera. De manera literal lo demostró en las lomas del Escambray, cuando los bandidos rondaban aquellos parajes: “en una ocasión perdí el rumbo en las proximidades de ese sitio, junto a otros compañeros, y en el instante menos pensado nos encontramos con un grupo de alzados. Allí tuve mi bautismo de fuego, y salí victoriosa.

Con sus gestos suaves y expresiones sinceras, Iraida dice que, antes del ‘59, las posibilidades económicas de su familia le permitieron “estudiar en una escuela privada, el Colegio Cisneros, era socia del Tenis Club, y no era una niña a la que le faltaran zapatos para salir a pasear, mas, mi origen cíngaro, esa sangre que me corre por la rama paterna, me incitó a superarme como mujer y a evitar la quietud del hogar. Mi padre siempre me apoyó en ese sentido y se lo agradezco.

“Me siento dichosa al haber participado en eventos importantes como en la VI y la VII Cumbre de Países No Alineados, pero las mayores experiencias las he obtenido junto a mi pueblo, en mis 45 años como delegada. Mis electores siempre han confiado en mí, y yo, desde mi cargo, nunca los defraudo. Tengo como premisa atenderlos a cualquier hora, sin importar cuán comprometida me halle”.

Por motivos familiares y de trabajo, Iraida ha viajado a otros países. Refiere que  al regreso, mientras se aproxima a nuestro país caribeño, la sorprenden un cúmulo de emociones. En cuanto ve las luces de Cuba, a lo lejos, se dice por dentro: “he llegado a mi casa. A Hungría igual la amo, nunca olvido que ahí también pertenece una parte de mi espíritu”.

Según esta incansable mujer, baja de estatura, pero con un alma que desborda las paredes de la casa que ha habitado siempre, un delegado debe entregarlo todo por su pueblo. “Soy una persona conversadora, aunque confieso que en las asambleas muy pocas veces hablo. Prefiero hablar directamente con las personas lo que tengo que discutir. Además, trato siempre, en todo momento, de anteponer las necesidades de los ciudadanos a las mías.

“Un ejemplo típico de la democracia en Cuba es la elección de los delegados. Nosotros venimos directamente del pueblo, sin presentar plataformas, ni herramientas políticas para tomar el poder en beneficio de algunos, como sucede en otras lugares del mundo. Las personas están conscientes de quiénes somos”, dice segura Iraida, y con el pensamiento tranquilo de que todo cuánto ha hecho y hará, ha sido fruto de sus ideales sinceros y de la pasión por ver a su nación tan hermosa como la imaginó una vez en su juventud.