CAMAGÜEY.-Cuando Aurora vio entrar a Ernesto “rebobinó” la película de unos minutos antes. Repasó cada detalle de la despedida y se encogió de hombros. Todo estaba en orden, concluyó ella sola.
Grabó esa escena en cámara lenta, tranquila, concentrada en su “personaje”. Pero cuando Ernesto le explicó los motivos de su entrada inesperada, la vida se le volvió un volcán, en ebullición; y ya no podía concentrarse ni en el pequeño Marcos.
Desde el 22 de diciembre pasado ella está viviendo conforme a los libros que le conquistaron su último título, hace ya tres años. Aurora, la pediatra, la jefa del servicio de terapia intermedia en la “Colonia”, se volvió además la mamá de Marcos, quien es además hijo de Ernesto. Marcos nació con la estrella o la condena (como se vea) de consultas a toda hora, evaluaciones constantes de su desarrollo, comidas según lo establecido en la literatura. Ni una “indisciplina” está permitida para unos pediatras que ahora les toca proteger al niño propio.
Por eso poco después de las cuatro de la tarde del jueves 2 de abril, el susto que le provocara Ernesto era sacrilegio rotundo. La leche de sus pechos pudo haber sentido el quebranto; y por tanto pudo, también, aguarse el menú de su lactante favorito, el de ambos. Pudieron venir cólicos. Pudo venir la irritación. Pudo “aguarse” la vida tranquila que ellos prescribieron para Marcos.
“Cuando llegué ese jueves al Pediátrico de Florida para cumplir con mi guardia, me estaban esperando para decirme que me necesitaban en esta labor. Si daba mi disposición debía partir el domingo cinco hacia Camagüey para la capacitación. Regresé a casa y mi esposa pensó que se me había quedado algo. Cuando le di la noticia, imagina, hasta lloró. El niño solo tenía tres meses; sentía que se quedaba sola con tanto”.
Sin embargo, la médico, la pediatra, le ganó a la esposa, a la mamá, y entendió que con el título, con los títulos (sobre todo ellos) se vuelven un poco padres de todos los niños. Y con ella el pequeño Marcos estaría bien.
Papá se fue de casita y el lunes seis de abril seguía en insomnio. El lunes seis de abril se enfrentaba a una enfermedad que si le hubieran examinado no hubiera pasado en octubre, cuando se hizo especialista.
“Sentí miedo. Pensé en el contagio; en la posibilidad de no regresar más a casa, de dejar a mi familia sola para siempre. Luego uno medita las cosas, y determina: ‘si otros pueden, yo también’. No dormí más hasta el día que terminé la primera guardia”, dice Ernesto y calza la respuesta con unos emojis de caritas sonrientes.
Pudiera creerse que ahora en aislamiento la vida resulta menos tensa, por eso “sonríe”. Las cinco jornadas en el tercer piso del Hospital Militar de esta ciudad, convertido en sala de pediatría, le estiraron las entrañas todo lo posible. Y la prueba de su resistencia, la de su sino, la puso “el más pequeño de la sala, Antonhy de 2 añitos. Una noche nos alarmó; comenzó con dificultad respiratoria leve; de inmediato tomamos todas las medidas y mejoró. Pero nos asustó a todos.
“Esta representa la primera prueba de fuego. No fueron fáciles las guardias; toda la noche en vela, examinando a los pequeños cada 4 horas. Hay que vigilarlos mucho. Además de lo novedoso de la enfermedad y los síntomas, los medicamentos les dan reacciones: vómitos, fiebre, muy fuertes”.
El doctor Ruiz Farnot habla de protocolos, de miedos, de la preocupación primera por las medidas de seguridad, de términos de bibliografía, de síntomas. No obstante, desde el lado de acá del chat Adelante puede “escuchar” algunos ruidos. Nesty, como le conocen los más cercanos, se vuelve paciente y nos deja ver a Adrián, a Sabrina, “sus” dos altas avileñas. Y en este hallazgo va otro gran pálpito para este texto. El Sars-CoV-2 al menos tiene el mérito de descubrirnos gente noble, gente que impulsa y hace feliz.
Feliz fue Sabrina con aquel dibujo que le regalara el médico bueno cuando tocó la despedida. “Se puso contenta; quiso abrazarme, pero entendió que no se podía”. Sabrina, como mami y abuela, enfrentó la COVID- 19. En casita ya no estará abuelo. El bicho malo se lo llevó. Pero cuando, ya de grande, piense en abuelo y la historia triste de su partida, recordará además los garabatos que en un papel la hicieron sonreír. Ah, también en papel “garabatea’o” recibió ese día el alta médica, pero ese “gesto” a ella la conmovió menos. Quizás entonces, de grande, marque el “contacto” sagrado que conoció a sus siete, y vuelva a sonreír. “Su mamá se mostró muy agradecida, me pidió el número de mi celular para no perder la comunicación. Me puse contento; entre lo más lindo de la pediatría está ver cómo regresan bien a sus hogares. Y el agradecimiento de sus padres nos hace sentir realizados”, cuenta, y desde este periódico (sin sapiencia alguna en Medicina) se coincide en lo certero del “diagnóstico” de María Emilia, David, Yamina.
“Mis profes me han felicitado, porque creen que así, muy joven, lo he hecho bien. Todos los días se comunicaban conmigo; el apoyo de ellos ha sido crucial. Estoy muy orgulloso”, dice el doctor Ernesto y entonces comprenderá que hay talento; hasta en nuestro pronóstico “acientífico”.
Se concluye, asimismo, que la genética es fuerte. Como fuerte deben ser los padres para criar, formar, dar el ejemplo. Fuertes para enfrentar los desaciertos de los hijos. Fuertes para justificar o no. Fuertes para salir a limpiarles el rollo. Aunque a estas alturas del 2020 con un hijo que se hizo pediatra, que la hizo abuela, que salió de casa a combatir un virus y a salvar, Rosalina ya no sabe quién cuida a quién, ni quién da el ejemplo.
La doctora Rosi, como asegura Ernesto que es conocida entre colegas, vuelve sobre los pasos de su Nesty. No a enmendar errores; no a justificarlo. Rosalina fue a internarse en el “Militar” para verificar si de veras fue exquisito el trabajo con los 14 niños que Nesty le “dejó”. En tiempos de COVID- 19 madre e hijo siguen siendo colegas.
“Yo salí y ella entró”. Y vuelve con los emojis del Messenger, los de las caritas sonrientes. Ahora se adivina orgullo. Sobre todo porque insiste en esa huella pulcra que lo definió. Muchos los julios y agostos pasó en hospitales cuando mamá debía cuidar de otros niños y también del suyo. Luego, en la carrera y las rotaciones, la idea se hizo propósito: “Quedé encantado con la especialidad; siempre les dije a mis compañeros de estudio que sería pediatra”. Lo que se hereda no se hurta, dicen.
Hasta el cinco de mayo el doctor Ernesto no podrá regresar a casa. Sin abrazarlos pleno, pues seguirá con las medidas para protegerlos, aliviará poder contar la “película” a su esposa viéndole a los ojos, y “discutir” los casos y las dudas profesionales de estos días, y comprobar que la leche de Marquito está perfecta, y tenerse, y amarse. No obstante, “si es necesario por supuesto, regreso; como médico me toca hacerlo. Todo estará bien. Saldremos de esto”.
El cinco de mayo hará un mes que dejó atrás a Aurora y a bebé Marcos. El cinco de mayo Aurora verá otra vez a Ernesto entrar por la puerta. Repasará cada detalle del mes último, en el cual además del volcán también Marquitos llegó a sus cuatro, y se encogerá de hombros. Todo sigue en orden, concluirán entonces, en calma, los dos.
“Si es necesario por supuesto, regreso; soy médico y es lo que me toca hacer. Todo estará bien. Saldremos de esto”, dice el doctor Ernesto (el que lleva el cartel que pide: "quédate") y si lo asegura quien ya "doblegó" al bicho no queda más que creer, confiar...