Fotos: De la autoraFotos: De la autoraCAMAGÜEY.- Lino Torres Gómez es de esas personas que necesita saberse útil. Dedicó una parte de su juventud a la Química, primero como profesor y luego como ingeniero en el Minaz, Planta Mecánica, Guarina y en la fábrica de cerveza Tínima. A los 38 años cambió su vida, poco a poco le disminuyó la visión hasta quedar totalmente ciego.

¿Cómo afrontó esos primeros momentos?

Imagínate, pensaba que ya no servía para nada. Era una etapa floreciente en mi vida, una carrera universitaria que me encanta, hijos pequeños. Ese desafío era bastante fuerte. Al principio estaba en la casa, con las dificultades de los primeros tiempos en que chocas con los muebles que toda la vida han estado, te das golpes con las puertas… resultaba muy complicado.

“Luego me dije ‘no, qué va, así no puedo seguir’, porque todas las ideas que te vienen a la cabeza son malas, sientes una especie de impotencia... Con el apoyo de la familia, que siempre ha estado a mi lado, y los más allegados, surgió el bichito de salir, al menos a reencontrarme con la actividad útil. Empecé por incorporarme a la Asociación Nacional del Ciego (ANCI). Pude rehabilitarme y así enfrenté la calle, que significa un reto”.

¿Fue difícil el proceso de rehabilitación?

Relativamente rápido porque no soportaba la casa y quería andar en la calle, trabajar, salir del encierro. Pasaba casi todo el día en la Biblioteca Provincial con dos compañeros muy hábiles para enseñar el uso del bastón, el Braille… algo en lo que me esforcé porque yo leía de todo, y mucho.

¿Sintió miedo?

—Quien diga que no siente miedo, miente. Cuando me aventuré a salir había personas conocidas y al verme me preguntaban por qué sudaba y temblaba. No era nada, sino que sentía un carro que iba pasando y aunque estaba en la acera me parecía que venía para arriba de mí, y paraba y pensaba ‘ojalá nadie esté mirándome’, y simulaba que estaba cogiendo aire, tratando de reponer la orientación para continuar. Uno va afinando el oído y se desarrollan los otros sentidos.

¿Cómo describir a un vidente la sensación de quedarse ciego?

—Es una sensación de inseguridad tan grande, que hay que vivirla. No basta con que tú le digas a una persona que intente en un apagón, con los ojos cerrados para que no tenga ninguna percepción de luz, moverse por su casa. Es que cuando te quedas ciego sabes que no está cercano el volver a abrir los ojos y ver la luz. Terrible.

Muy rápido Lino se responsabilizó con la secretaría de Rehabilitación en la ANCI municipal. Luego pasó a la provincia en la de Deporte y Recreación y a ese nivel retomó la anterior. Entre sus satisfacciones menciona la rehabilitación del actual presidente provincial y la condición de Vanguardia alcanzada por ambas esferas, además de mantenerse en los últimos años entre los tres primeros lugares en la emulación nacional.

¿A cuántas cosas se refiere cuando habla de rehabilitación?

—Es que esa persona se desarrolle, se desenvuelva de manera independiente en la sociedad.

“Movilidad y orientación en el espacio que se hace con la persona y su familia e incluye la orientación con el bastón, la forma en que una persona vidente puede guiarlo, el agarre… Después están las actividades de la vida diaria y en tercer lugar, la terapia ocupacional: aprender de acuerdo con las aptitudes a manipular herramientas. Por eso decimos que cuando un ciego es capaz de gestionarse económicamente a través del empleo está en realidad rehabilitado.

En otro espacio lo escuché hablando de paternalismo, ¿a qué se refería?

A veces uno va por la calle y le pregunta a alguien si tiene el camino libre y entonces al contestar te tratan como a ese niñito que no puede andar por sí solo. Ese es el paternalismo al que me refiero para no decir lástima, compasión; como muchas veces todavía oyes “pobrecito el cieguito”, y no hay nada más incómodo que te den tanta invalidez, e imposibilidad de hacer las cosas. No, yo no quiero que me digan “cieguito”, sino “por ahí va ese compañero ciego, dile cómo está el camino”. Eso ayuda mucho.

“¿Qué hacemos muchas veces los ciegos, los que somos caminantes? Estudiamos el camino. Posiblemente esa persona que me dice ‘cuidado, cuidado, que ahí viene el poste’, no sabe que yo lo estoy buscando para saber de verdad por dónde voy, y cuando lo encuentro ya sé que me faltan 50 pasos para llegar a la esquina. Entonces la gente piensa que vas a chocar y no se da cuenta de que el bastón está para eso”.

Pero hay muchas barreras...

Hay barreras que se multiplican en la ciudad como los huecos, las rejas en las ventanas y las puertas, que no se trata de eliminarlas, sino de que abran para adentro o de cerrarlas después de entrar o salir.

“También están las bicicletas y motos amarradas a las ventanas, las zanjas que se abren y no se tapan, la basura en la acera… porque por allí también pasamos los ciegos, que somos una minoría ¡pero somos!, y están los ancianos, los niños, hasta los videntes a veces van entretenidos y se enredan”.

Al igual que el resto de las personas en situación de discapacidad, la ANCI demandó en su Congreso la promulgación de una ley que les proteja.

Sí, el Estado hasta ahora se ha ocupado siempre de las atenciones indispensables para favorecernos desde el punto de vista laboral y económico. Ganamos un nuevo espacio en la Constitución con varios artículos que nos atañen, y por primera vez aparece uno que habla de la responsabilidad del Estado con respecto a la inclusión a la sociedad de las personas con discapacidad, pero queremos profundizar en esas conquistas.

Como padre él quisiera ver cuánto ha cambiado su hijo que ya es un hombre y recuerda de cinco años. Como buen cubano quisiera disfrutar de la ciudad después de los arreglos por sus 500 y de los edificios habaneros que acompañan la bahía.

Y como poeta, ¿le gusta declamar sus versos?

Hacía poemitas en la primera juventud, pero eso pasó. Siempre tuve idea para la poesía y me gusta declamarla yo mismo. Hace siete u ocho años comencé a participar en el movimiento de escritores de la ANCI y luego en un taller literario que desarrollaba Evelyn Queipo, ahora directora de la Editorial Ácana, en la casa de cultura Ignacio Agramonte.

Desde entonces ha obtenido mejores resultados en los eventos de la ANCI y en los talleres literarios. Su mayor premio fue en el concurso internacional de minicuento Dinosaurio, del 2017, donde resultó finalista con una mención. “Eso me llenó tanto de satisfacción que me impulsó a continuar”.

Lino es la muestra de que cuando se apaga la luz de los ojos se enciende con más fuerza la del alma y que los motivos sobran para continuar el camino de la vida mientras palpite el corazón.