CAMAGÜEY.- Ana Hildeliza Pérez Suárez llega hecha un mar de sudor, pero eso nunca importa porque se refresca en minutos. Ya está a unos pasos de la felicidad, esa quimera que ella alcanza en el salón de un modesto círculo infantil. Tiene un expediente amplísimo de entrega a una de las profesiones más importantes del mundo, porque trabaja con el carbón humano de donde empiezan a salir los diamantes de la sociedad.
“Son 38 años con infantes de cero a cinco años. En el ‘80 me gradué de la primera escuela de educadoras de la provincia. La creación de los círculos infantiles es una idea bien pensada por nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro e impulsada por Vilma Espín por la plena incorporación de la mujer. Gracias a la Revolución tenemos trabajo y salario. Los docentes debemos sentirnos gozosos”, y cuenta más.
—¿Por dónde empieza su fiesta cada 22 de diciembre?
—Nací con el don de educar. Para suerte mía, un 22 de diciembre. Ese día tiene el sentido de la belleza, porque eso significa mi trabajo. Aunque el resultado sea a largo plazo, me satisface cuando por la calle un adolescente me llama: “Seño, cómo está, ¿no se acuerda de mí?”.
—Usted también estuvo en Venezuela, ¿logró el objetivo?
—Fui en el 2006 a colaborar con el programa Simoncito comunitario. Transmití la experiencia de Cuba con el “Educa a tu hijo”. Llevé mucha bibliografía. Ellos fichaban el contenido, estaban ávidos de saber. Duró poco tiempo, pero se logró el objetivo. Digo que resultó maravillosa porque me gusta trabajar con la juventud y me fascina educar.
—¿Qué recomienda para motivar por la profesión de los educadores?
—Tenemos círculos de interés pedagógicos con las escuelas primarias y en las secundarias. Vienen una vez a la semana y observan las actividades. Se puede pensar en otras vías. Es la familia la que rechaza que la niña escoja una carrera de este tipo, porque aspira a otras opciones para sus hijos. Por tanto, hay que trabajar con la familia. Exhorto a las jóvenes a no temer porque cuando intercambiamos con los padres y con los niños, garantizamos el futuro de las personas capacitadas que necesita el país.
—¿El problema está en la familia?
—Fui ponente en dos eventos internacionales con trabajos relacionados con la familia. La familia es la primera escuela del niño. Como educadores los preparamos en una etapa definitoria para el desarrollo de su personalidad. Aquí llegan que a veces no saben ni caminar, y al paso del tiempo andan erectos, aprenden a conversar, desarrollan habilidades, conocimientos, hábitos fundamentales.
—¿Aplicó todo eso con sus hijas?
—Tengo dos niñas, Karen y Anabel. Una nació en el ‘84 y la otra en el ‘88. Vivo con la mayor; la otra no reside en Cuba. Me dieron dos nietas. Una sigue educando a sus hijos aun de grandes, pero hay que dejar que cometan sus propios errores. Mis hijas estuvieron en el círculo infantil cuando no había el desarrollo tecnológico de ahora. Yo buscaba el tiempo para sentarme con ellas a dibujar, a enseñarles cosas, a conversar. Ahora eso está fallando.
—¿Qué más le preocupa de los niños y de los padres de hoy?
—Debido al exceso de la televisión y de la computadora en el hogar, hay niños que no desarrollan el lenguaje. Recomendamos conversar, llevarlos al parque, sacarlos los fines de semana de la casa. Ellos deben conocer el medio que los circunda y familiarizarse con otras cosas.
—¿Es posible cambiar eso?
—He participado en los perfeccionamientos a mi enseñanza, y desde el 2011 soy máster en Ciencias de la Educación. Nuestro sistema tiene diseñado el trabajo con la familia. Conversamos mucho para que inculque los aspectos éticos y morales que se perfeccionan en la institución educativa. En el hogar se transmiten las tradiciones del pueblo, por ejemplo, independientemente del bajo nivel cultural, los campesinos eran educados, honestos, honrados. En ese sentido la familia debe dirigir su atención. Nosotros desarrollamos intelecto, conocimientos, capacidades, hábitos, pero sin su apoyo no logramos nada.
—Dicen que usted solicitó la jubilación…
—Soy la mayor de un matrimonio de seis hijos. Era tímida y quería ser ama de casa porque ayudaba a mi mamá, me subía en un banquito a lavar…, pero opté por la escuela educadora. Me casé en el ‘79 con un hombre maravilloso. Ya cumplí 61 años de edad. Quisiera tomar un pequeño descanso. Aquí me están embullando para que no me vaya. Aunque me jubile pienso seguir mientras la salud me lo permita. Estaré donde me necesiten.