CAMAGÜEY.- Un padre cubano casi siempre obsequia un bate y una pelota a su vástago en el ideal de verlo convertido en gran pelotero. Si ese hombre logró en su juventud llegar al máximo nivel en el béisbol el deseo se torna más ferviente. Si el destino lo concreta hay felicidad, aunque también inevitables comparaciones; otras veces, el hijo de gato no caza ratones... como hubiera querido su padre, pero así es la vida.

Por estos detalles en tan especial día queremos rebuscar en las felices coincidencias. La primera y gran “camada” de peloteros puede ser la de los vertientinos Cuesta. Su padre, Mario Pérez, llegó a ser probablemente el más integral de los jugadores amateurs de la provincia antes del inicio de las Series Nacionales, pero no alcanzó la merecida fama al mantener su estatus en el batey del medio sur agramontino, a pesar de ser originario de Esmeralda. ¿Si era Pérez, cómo sus hijos fueron Cuesta? Un trance de inscripción, tan común en la República Neocolonial, provocó esa condición subsanada con Omar (tercera base campeón con Ganaderos), Mario y Eduardo.

El desaparecido narrador Eddy Martin y otros entendidos decían que juntos esos tres no hacían lo que era capaz el padre, un axioma que lejos de demeritar a los vástagos siempre fue tomado como un chiste con el sabor de más hondo orgullo por el progenitor.

De las dos épocas era Ángel Galiano, de la Intercentrales con el central Lugareño, de los Granjeros y como coach y entrenador con Camagüey. Después su hijo, al que le decían “El Pinto” tuvo incursión discreta en el box de la Serie Nacional.

¿Y qué decir de los Eugellés de Florida? ¡Óigame, a felicitar a esos padres! Desde los años ‘30 la pelota resulta cosa familiar entre los varones (desde directores de la novena de Agramonte, hasta creadores de estadios) la última “espiga” es el veloz Eglis.

Otros no necesariamente coincidieron en el campo de juego, sino en faenas relacionadas. Por ejemplo, el gran Sol Miguel Cuevas tiene un hijo árbitro (Juan José, el más longevo en activo), y Gaspar Legón a René como entrenador de pitcheo.

Un poco después vino la generación de los ‘80, la más prolífica en “clones” hacia el siglo XXI. Entre padres e hijos hay dos Ricardo Estévez (Pacheco y Pozo) y también en esta época el asunto del carné de identidad hace de las suyas, pues los Noel de nuevitas, ambos lanzadores, aparecen como Casal Mendoza y Casals Fernández; y si conocimos a un jonronero y exquisito defensor llamado Leonel Moa Jals, ahora resulta que su hijo, el jardinero Leonel Moas Acevedo arrastra una “s” (dice el papá que sobra, mas, así viene en papeles).

Luis Ulacia Álvarez, nieto de un prestigioso masajista en la pelota (Pedro), tuvo a un descendiente del mismo nombre bajo su mando (Ulacia Martínez), algo parecido a los casos de Orlando González y Orlandy.

Dos “Tigres de Guáimaro”, Humberto Bravo y Loidel Chapellí, y un cesdepeño, Misael Thompson, engendraron a jugadores con el mismo nombre.

Y para último caso dejamos el todavía fresco en estas páginas Sammy Caldés, tras la zaga del “18”, quien de lograr su inclusión redondearía el récord del equipo con más hijos de peloteros desempeñando ese mismo deporte a igual nivel.

¿Qué les parece? Tal vez se nos escurra alguna pareja padre-hijo y algún aficionado nos recuerde el olvido involuntario, pero con estas curiosas líneas tratamos de dar un abrazo a los que hacen doblemente especial el tercer domingo de junio con nuestro deporte nacional.