CAMAGÜEY.- La prensa anuncia hoy que los Toros de la Llanura van a una final del béisbol nacional 29 años después de la última vez, y así, en frío, parece un tango de Gardel.
Anoche, mientras vivía una de la experiencias más excitantes de mi carrera, miraba hacia todos lo rincones de un estadio Cándido González totalmente lleno y me repetía: esto nunca ha pasado.
Y es que este fenómeno de la Toromanía tiene edades que lo confirman. Revisando el archivo solo encontré el rostro de Felipe Sarduy en las fotos de aquel equipo camagüeyano que dirigió en 1991 hasta la discusión del título frente a Henequeneros.
Siete años después de aquel resultado, nació Yariel Rodríguez, el guajirito de San Serapio que selló la barrida ante Industriales. Tampoco habían llegado al mundo Yosimar Cousín, Luis González, Loidel Chapellí Zulueta, Leonel Segura, ni el 70% de los peloteros del actual conjunto.
A aquellas alturas seguramente Mirna Stephens no pasaba un día sin regañar a su hijo Leslie por pasarse horas pegándole a un pelota con un palo y Marino Luis soñaba con jugar con los grandes en su Céspedes querido. Miguel Borroto se preparaba para el regreso triunfal que una aplanadora santiaguera le robó y Fernando, el intérprete de la mascota, solo pensaba en que llegara el San Juan para salir a bailar en la comparsa.
Todo eso meditaba anoche en mi silla en el palco de prensa. A mis espaldas, Miguelito, quizás el mayor fanático de los Toros; él sí vivió aquella fiesta, pero casi la totalidad de los peñistas de Camagüey Team, que se situaban a mi izquierda, solo han escuchado anécdotas de lo sucedido entonces.
Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante
Varios amigos me mandaron mensajes a lo largo del choque de la barrida azul. Pocholo, Naranjo y los muchachos del barrio observaban ahora detrás de la malla, pero ninguno estuvo en el coloso de la Avenida 26 de Julio en 1991; los padres del Gran Maestro Carlos Daniel Albornoz, quién disfrutó cada jugada desde la grada del jardín derecho, quizás no eran novios; y ni el oráculo de Delfos podía predecir que Alejo, nuestro fotógrafo, habanero industrialista, terminaría en el terreno captándolo todo con una sonrisa traicionera en la boca.
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
Ni diez ni 20, fueron 29 años difíciles y buenos para los que nacimos con orgullo en esta provincia, los últimos con pocas alegrías sobre el diamante de béisbol. Toda una generación para la que nunca existió la gloria de la pelota, gente que miraba atónita cómo equipos sin historia como Ciego de Ávila, Las Tunas y Granma la tocaban. Y celebraban los éxitos ajenos con la ansiedad de quien no saborea los propios.
Después del fildeo relámpago de Ayala que le subió el volumen a esta tierra desde Céspedes hasta el río Jobabo y despertó a avileños y tuneros, caí en una cuenta increíble: en 1991 yo aprendí a caminar, en 1995 comencé la escuela primaria y en 1998 me enseñó a tirar la pelota más lejos un joven profesor de Educación Física llamado Alexander Infante, el mismo que formó a Yariel Rodríguez y que en la madrugada italiana gozó el triunfo del equipo que lleva su marca. Solo así comprendí que no se trata del regreso a una final; con permiso de la historia, es, en edad, la primera vez de nuestros Toros.
Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante
Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante
Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante