CAMAGÜEY.- Al comenzar este siglo ganó premios nacionales como un atleta invencible. Mereció el relevante Premio de La Gaceta de Cuba, entre otros. Obdulio Fenelo Noda ya cumple cincuenta años de edad. Adelante Digital aprovecha ese pretexto para actualizar a sus lectores.

Tiene pocos libros publicados. Estos son tres de cuentos: Quemar las naves (Editorial Ácana, 2003), Un día después de la tristeza (Editorial Oriente, 2007) y Háblame de Estambul (Editorial Letras Cubanas, 2010); y la novela Nadie espera al Sr. Ross (Atmósfera Literaria, 2017)

No obstante, es un autor reconocido, antologado en ediciones cubanas y extranjeras. Muchas de esas selecciones se nombran con el título de su relato incluido, por ejemplo, Quemar las naves (Pelotas, 2002), Confesiones (Ediciones UNIÓN, 2011) y He visto pasar los trenes (Editorial Letras Cubanas, 2012)

Además, Obdulio Fenelo Noda probablemente sea el último librero por cuenta propia en Camagüey. Su negocio son los ejemplares raros. Le iba bien cinco años atrás, cuando lo entrevisté por primera vez. Ofertaba en el Casino Campestre durante la Feria del Libro, y en una sala alquilada de la calle General Gómez casi esquina a República, donde estableció la librería Penélope.

No supe más hasta que reapareció en mi camino, desde una esquina donde lo he visto vender tamales, frituras, útiles del hogar, aunque también ande con sus viejos libros a cuestas.

“Sigo con mi proyecto de librería, con la ilusión y los sueños de tener mi propio sitio y convertirlo en un espacio cultural, para hacer presentaciones, subastas, y retomar mi faceta de promotor cultural. He podido sobrevivir con mis libros, incluso desde esta esquina de Príncipe y San Ramón, adonde me desplacé por el cierre del centro de la ciudad. Eso me puso en pausa con el proyecto sociocultural Carmen Durán, de la Casa de Cultura Ignacio Agramonte”.

¿Cómo te insertas con los artesanos de la Plaza Maceo?

─ A través del metodólogo provincial de literatura Juan Miguel Castillo Toledo. Presenté mi Proyecto Salvar el libro, salvar la literatura, salvar al lector a la Casa de Cultura Ignacio Agramonte. Agradezco a la directora Yamila Olivera Valdivia, por acogerme sin ningún tipo de burocracia, y a Yuly Roque Martínez, quien nos atiende. Por una gestión con la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey tenemos un espacio en la Plaza Maceo, viernes y sábado hasta la una de la tarde. Tengo la esperanza de que se extienda. El potencial de la provincia es infinito. Sus plazas, calles y callejones deben llenarse de artistas y de artesanos.

La intención de Fenelo con sus libros de uso se enfoca a la memoria afectiva, a la posibilidad de reencontrarse con un fragmento de la vida al recuperar un regalo, o algo leído de niño, que lo hizo feliz y propicia un recuerdo de familia.

“Cuando empezó la literatura digital estaba asustado. Ya estoy convencido de que no desaparecerá el libro de papel. Todo apunta a una convivencia pacífica. Estamos viviendo dos y tres realidades a la vez. No se pueden confundir. Una cosa son las redes sociales, y otra, la vida privada, donde lo afectivo sigue jugando un papel. La gente se aferra a sus pertenencias, a lo que le transmite un sentimiento. Los libros entran en esa relación afectiva en la intimidad del hogar”.

¿Qué te piden los lectores?

─Se demanda lo mismo que en otros países, con la diferencia de que en Cuba hay una preferencia acentuada por la Historia. El lector medio busca policíacos, textos de autoayuda, algo para divertirse, aventuras y novelas de amor. Defiendo eso porque prefiero a una persona leyendo a Corín Tellado que mirando otras cosas. La lectura es terapéutica cuando se sabe emplear bien.

Mientras escucho, imagino a Pocho, aquel personaje de su libro Un día después de la tristeza (Editorial Oriente, 2007) que conseguía ediciones extranjeras, pinacotecas de los grandes museos del mundo, epistolarios y obras de escritores universales. Es como un boceto de sí mismo.

Hablas mucho de tu condición de librero, ¿por dónde anda el narrador?

─ Publico poco porque la literatura, cuando se hace de verdad, no importa el paso del tiempo. En el contexto cubano actual, puedes toparte con un autor de treinta años con diez libros publicados. Tengo textos escritos hace diez años, y si al desempolvarlos de la gaveta, no me convencen, es porque nunca funcionaron. Inéditas permanecen dos noveletas, un libro de cuento y una novela extensa. Pertenezco a una generación que respetaba el acto de escribir.

En voz alta cuestiono la validez de hacer pronósticos de las generaciones. La suya profesaba respeto por los clásicos. Fenelo era el único filólogo de su grupo literario. Jóvenes de ahora lo consideran el mejor narrador contemporáneo de Camagüey.

“Una vez más el éxodo nos golpeó. Fue la última generación agrupada alrededor de una revista, La Liga. Hablo de Lionel Valdivia, Yoan Pico, Osvaldo Gallardo, José Rey Echenique, Jhortensia Espineta, María Antonia Borroto; de personas como Yoandra Santana que hizo la Cruzada Literaria; de otros como Diusmel Machado y Odalys Leyva con sus proyectos en Guáimaro. Éramos escritores y promotores culturales. Hoy andamos dispersos”.

Veinte años atrás, eras un desenfadado y escribías como el mayor de los angustiados. ¿Cómo entenderte?

─Fue el choque de dos culturas, la que yo traía de Florida y después de Santiago de Cuba donde estudié, con la de un mundo literario culto. Empecé a subvertir las presentaciones de libros, a hacerlas relajadas, con mayor interacción con el escritor. Creo que el saldo final fue positivo, porque modificó una forma de hacer y promover que abrió un camino al desenfado y a la espontaneidad, más allá de cualquier exceso de mi parte. Sí, mi mundo interior es muy distinto a lo que proyecto. Cada escritor debe encontrarse, leer por sí mismo y darse cuenta de que la literatura no se mueve por técnica literaria, sino por algo misterioso que tiene que ver con lo que sientes y quieres decir. En mi caso, la sinceridad, la angustia, la libertad y los sueños siguen siendo un caldo de cultivo.

Fenelo no me habla de Quemar las naves (Editorial Ácana, 2003) Con ese libro ganó el Premio de la Ciudad de Camagüey 2002. Más allá de la travesura al firmar como O'Fenelón, el libro conmueve desde la dedicatoria a su madre por enseñarle que a la vida se viene a ofrecer/ y a perdonar hasta que duela. Él ha hablado de jóvenes irreverentes, policías, prostitutas, intelectuales, librepensadores, guapos... Al preguntarle de sus temas de ahora, responde:

“Escribiría de lo mismo: del hombre padeciendo los problemas de su tiempo. No creo que un escritor pueda escribir sólo desde la felicidad. De hecho, grandes autores como Dostoievski, un epiléptico, salía de ese infierno con más fuerza. Me rondan la angustia, la intolerancia, la locura, el desamor. Lo que se me pueda achacar como escritor, promotor cultural o ente social nunca va a estar ligado a lo deshonesto ni a evadir la verdad ni la justicia”.

¿Qué sentido le das a tu vida ya con cincuenta años de edad?

─ Todavía soy un nómada de la literatura, porque entro y salgo sin traumas. Me siento como un sobreviviente que ha librado muchas batallas artísticas, espirituales, personales. Algunas las he ganado, otras las he perdido pero aquí estoy, tratando aún de hacer cosas, aferrado aún a algunos sueños, combatiendo aún pequeños demonios, intentando siempre que no se apague el amor en mi corazón para cada día entregar una mejor versión de mí mismo. Doy gracias a Dios porque estar vivo es un milagro. Por eso celebro mi cumpleaños y me regocijo en la permanencia y en mis constantes exilios interiores procurando luchar a diario por mantener la esperanza de que mi hija pueda vivir en un país mejor, donde haya espacio y prosperidad para todos.