CAMAGÜEY.- Camagüey es un suspiro. Ese susto amoroso que se nos escapa del alma queriéndose beber, con sus alas, el aire todo. Camagüey es, ahora mismo, un camino de frondoso bambú por donde avanzan, danzando, dos muchachas. Vietnam y Cuba se abrazan, se miman, se consienten, gracias al milagro de que el libro besa a Camagüey una vez más.

Y es el Casino Campestre gobelino de tonos verdes queriendo atrapar, en filigranas, una catedral de esfuerzos y quereres que construyen su torre, hasta llegar al campanario del alma, con libros y escritores, y rostros de niños, y jóvenes, y ancianos alborozados, cual argamasa y bloque que no dejan espacio a la inhóspita grieta, mientras las campanas de nuestras más auténticas utopías anuncian este ángelus de gratitud, por tamaña cosecha espiritual, en medio de nuestras infecundidades cotidianas.

La 29 Feria del Libro, en su bojeo por la Isla, no es aquí un puerto más, sino una villa de “pastores y pastoras”, con sombreros o sin ellos, que no solo se desgastan en tumultos por el detergente o el aceite para la supervivencia, sino también hacen infinitas colas por alcanzar los títulos más codiciados y llevárselos a casa como a huéspedes acabaditos de desembarcar a quienes brindar cariño y hospitalidad.

Lumbre previa fue la tarde del martes; la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) dio voz a Byrne en el afán permanente de amar y cuidar nuestra Bandera y, con ella, esos símbolos sagrados de la cubanía. En la noche, envidiables voces de “Amalias” del canto, junto a un entramado de guitarras y un inquieto violín, sirvieron el ágape cultural a los invitados a la Feria desde la acústica perfecta de la sala de conciertos José Marín Varona.

La mañana del miércoles fue la exquisitez en su más alta expresión de la cultura criolla en la cual se afianza este Espejo, desde la Paciencia misma de la insistencia y la espera porque Cuba toda termine por reconocer que el título defendido de ser Camagüey Cuna de la Literatura trasciende los encajes del eslogan para convertirse en huella de un sueño permanente.

Ante la presencia de las más importantes autoridades de la localidad, invitados y público, el oppening de esta gran sinfonía literaria fue especie de exquisito frivolité salido de tejedoras manos que aún preservan la habilidad del fino encaje de lo mejor de la cultura agramontina. El trovador Andy Daniel puso su guitarra a transpirar picardía patriótica; Javier, el actor, nos llevó en un paseo muy personal y sentido por la “tierra de los anamitas”, mientras los alumnos del Centro de Promoción Fernando Alonso iniciaron una estampa vietnamita que vino a macerarse con la criollez de un fragmento teatral de la obra de Eugenio Hernández, gracias al Folklórico, teniendo como broche las evocadoras palabras del historiador Desiderio Borroto Fernández: “(…) Quizá el ambiente de este sitio, sus paseos, espacios y buena parte de la gente que concurre, asidua, a esta fiesta anual, sientan el vacío del aire distinguido de una de las damas de las letras camagüeyanas, una apasionada agramontina que nos dejó prematuramente: la historiadora y escritora Elda Cento Gómez. Que esta fiesta sea también un homenaje y evocación a su memoria”.

Diluido este primer suspiro, los kioscos de la feria eran el gran banquete mientras el día subía sus tonos y calores. Tras los frondosos árboles del Casino, entre el cuchicheo festivo de tomeguines y público, también se abrazaban, desde la agradecida memoria, nuestro Martí y el viejo Tío Ho, mientras compartían, eufóricos, esta inestimable ambrosía.