CAMAGÜEY.- Era de unas 70 personas el público del Teatro Avellaneda, tal vez yo contara de más. Esa cifra debería avergonzar ante el cariño y el respeto que el comandante Juan Almeida Bosque cosechó en Camagüey.
De su vínculo estrecho con el territorio hay ejemplos rotundos, desde finales de los años 60 con la Operación Mambí que prepararía el terreno para la zafra de los 10 millones.
Cientos de familias le agradecieron el sello a la contienda azucarera y el aliciente de las brigadas culturales con los espectáculos en los bateyes de los centrales, televisados para el país.
Nos marcó su impulso al hospital siquiátrico, a la Universidad de Camagüey, a la fábrica de violines de Minas, y hasta a la leyenda de Dolores Rondón, cuyo famoso epitafio musicalizó y grabó con la orquesta de Elio Revé en Radio Cadena Agramonte.
Había múltiples razones en la noche del pasado 11 de septiembre, para acudir al Teatro Avellaneda a conmemorar el décimo aniversario del fallecimiento de uno de los líderes de la Revolución Cubana.
Y no niego que Almeida estuviera entre las evocaciones de audiovisuales, poesía, danza y música del variado programa que resaltó la ejecutoria del artista y la hondura del patriota.
Él publicó varios libros acerca de la experiencia de la guerra contra la dictadura de Fulgencio Batista, compuso más de 300 canciones y grabó temas, todavía populares o por conocerse a fondo.
Pero resultó incongruente el consumo de un teatro vacío, aunque estuvieran presentes las máximas autoridades políticas y gubernamentales de la provincia y del municipio de Camagüey, junto a algunos combatientes.
Y digo incoherente porque hacía unos minutos, el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez planteaba por la televisión nacional el problema coyuntural con los portadores energéticos para mover Cuba.
La precedencia de humildad ─pues el comandante habanero era un albañil─ y su invariable sentido de la modestia aun desde el alto mando del país, conllevan siempre a calibrar su huella real en los cubanos de la continuidad.
El presidente cubano actual ha convocado el miércoles a la resistencia del pueblo con la frase más precisa, una herencia del coraje de Almeida tras la derrota de Alegría de Pío, en diciembre de 1956, el principio de un camino de luchas alumbrado con la unión de cinco palabras: ¡Aquí no se rinde nadie…!
Lo vistoso de un escenario no garantiza el cumplimiento cabal del homenaje. Si alguien justificara con aquello de que “la velada duró 45 minutos”, que también sume los 15 minutos de atraso y el consumo previo de las luces y los aires.
Pensar y hacer como país entraña la coherencia de las palabras con la práctica, la conciencia de todos. Almeida hubiera recibido con gusto el recordatorio en un lugar austero y no menos acogedor, como otros espacios que en Camagüey también abrazó.