CAMAGÜEY.-La etapa regular de la 62 Serie Nacional de Béisbol entró en su último tercio con más lluvia que emociones, principalmente para los seguidores de los Toros de la Llanura, que solo pudieron efectuar un duelo la pasada semana ante la Isla de la Juventud.

La lechada del domingo sobre los Piratas de cinco carreras por cero, sellada en cinco entradas por la lluvia fue lo último que se vivió en el Cándido González antes de que su terreno se convirtiera en una piscina. Este resultado cambió poco la situación de Camagüey, pues al cierre de este viernes se mantenía en el décimo cuarto escaño de la tabla general con registro de 25 victorias y 31 descalabros, a siete unidades y media del líder Santiago de Cuba. No obstante, la diferencia respecto a los ocupantes de las últimas plazas de postemporada es de solo tres puntos y medio, por lo que todavía no se pierden las esperanzas con 19 choques por delante.

Pero no es el mal paso del equipo de Marino Luis lo que motivó a este redactor a colocar tan negativo título, pues este campeonato ha demostrado demasiadas precariedades organizativas y técnicas como para considerarlo un espectáculo digno del pasatiempo nacional.

Más allá de la consabida compleja situación económica que atraviesa la economía cubana y que afecta todo lo que se pretenda hacer en el país, la comisión organizadora de la Serie ha mostrado otra vez sus carencias en la gestión de recursos materiales y humanos para garantizar el adecuado desarrollo de los partidos.

Hace unos días fuimos testigos de otro capítulo de la novela que protagonizan desde hace un tiempo la Federación Cubana y la marca italiana Teammate. Este matrimonio mal llevado volvió a atentar contra la calidad del campeonato al demorarse en alta mar una carga con las pelotas que habían contratado para llevar a feliz término el calendario competitivo. La solución esta vez fue echar mano a una bola marca Batos (pero —¡oh sorpresa!— fabricada en el extranjero) y las consecuencias se vieron en la disminución de cuadrangulares y el dolor en el brazo de algunos lanzadores producto de la diferencia de peso respecto a la anterior.

Siguiendo la lógica de la crisis económica supimos esta semana que no se celebrará el Juego de la Estrellas ni la Gala de Premiación de este torneo, todo indica que no se pudo buscar alternativa alguna para rescatar una tradición tan importante. Pero a nadie se le ha ocurrido todavía encontrar soluciones mediante el patrocinio de empresas extranjeras, mixtas o cualquiera de los otros actores económicos que bien dispuestos estarían a patrocinar un fin de semana para las estrellas de nuestro béisbol a cambio de un poco de publicidad.

Pero ¿qué se puede esperar del rígido mecanismo administrativo de nuestro principal torneo de pelota, que ni siquiera es capaz de aceptar a jugadores que viven en otras naciones sin que cumplan el angustioso trámite de repatriación? De hecho, tampoco se ha velado este año por el cumplimiento de otros convenios.

En conversación con peloteros y entrenadores del nuestro y otros conjuntos, he sabido que la alimentación y las condiciones de hospedaje son cada vez peores en las instalaciones hoteleras contratadas. Para los jugadores de la reserva que hacen estancia en el estadio tampoco se garantizan alimentos a la altura del esfuerzo físico que luego realizan en entrenamientos y partidos, casi todos bajo el sofocante sol de las tardes.

El bajo salario que perciben (alrededor de 3 500 pesos) ha llevado a algunos atletas con talento a salir de las filas de sus selecciones provinciales para buscar otros trabajos o para probar suerte en ligas foráneas. Por eso quizás el ánimo y la entrega de los que persisten en salir cada tarde a la grama de los estadios tampoco está a la altura de lo que quieren ver los aficionados. Ahí están las fotos de las anémicas concurrencias y el lenguaje corporal de los peloteros no miente.