CAMAGÜEY.- En el béisbol el juego caliente en muchas ocasiones combustiona los ánimos y, en no pocas ocasiones, las reyertas parecen la válvula de escape de los ánimos exaltados.
En los últimos tiempos, en el principal pasatiempo cubano se han producido algunos lamentables episodios de violencia dentro del terreno de juego, y para nadie es un secreto que con las nuevas tecnologías, hasta lo más simple, puede ser viral, infestar las redes con información asociada que extralimita el campo meramente deportivo.
Sin embargo, aunque el asunto no tiene etiqueta puramente cubana, el suceso despierta no pocas preocupaciones porque si de algo podemos jactarnos en la Isla (o archipiélago) es de que logramos cierto respeto al contrario.
En varios escenarios se han recalentado las pasiones, y tal parece que cualquier pretexto es válido para encender el motín a bordo, y un password parece ser el leiv motiv de las disputas: el arbitraje.
Hace algunas semanas, en esta ciudad, la imposibilidad de encender los estadios por carencias de energía para tal destino, ponen en una cuerda floja a quienes deben decidir si el juego se paraliza o no hasta el otro día.
Pero el que está ganando por estrecho margen comienza a realizar turbias maniobras dilatorias, como si con eso le estuviera “haciendo” un favor al fair play (juego limpio). Y el ejemplo colocado no es obra de ficción, pasó en un partido entre Toros de Camagüey y las Avispas santiagueras, que trataron…, pero no prosperó.
Pero antes, porque lo hay, hubo que tropezar con coléricas discusiones por interrumpir los juegos en un momento dado, pues la percepción de los decisores era terminar por oscuridad, incluso, con un radiante sol en el firmamento.
Sin interés de dilatar la idea central, ese término, lo repito, oscuridad, fue muy popular en otros momentos, e incluso, si pasaba del inning reglamentado, no había resurrección al día siguiente, claro, si no mediaba empate en la pizarra.
El no encender las luces de los parques, no es capricho, responde a una necesidad de ahorrar portadores energéticos, y debe saberse que por el alto número de luminarias de un estadio el gasto NO es nada intrascendente.
Que el arbitraje sea el protagonista de un partido, es un horror, mas cuando quienes tienen que brillar en el campo son los atletas, esos que luchan por llevar a su selección al triunfo.
Entonces hay que preguntarse si la Comisión Nacional tiene un estricto cumplimiento del seguimiento a este trabajo, encender las luces rojas a aquellos con las mayores críticas, a esos que no tienen el nivel adecuado para esta etapa.
Hace unos días, y a instancia de los debates que se promueven en el país para realzar la pelota, un árbitro de los mejores del país, Juan José Cuevas, alertaba de la necesaria presencia en esta etapa decisiva de la Serie, de aquellos oficiales que mejor desempeño pudieran observar.
Varias veces este asunto pasa al protagonismo, y no es pretensión demonizar una función difícil, complicada, sin embargo, se hace irremediablemente una urgencia elevar y rescatar una labor con sobrados ejemplos de buen hacer en el país.
También se imponen medidas más enérgicas para desplazar de una vez y por todas, a esos que tienen cierta tendencia a querer resolverlo todo con bravuconerías, cual si fueran émulos de algún personaje de filmes del oeste.
El nivel educacional entre las filas de peloteros no es baja (tampoco alta), empero hay algunos cuya cultura deportiva no supera la primaria, y han sido ejemplos en materia competitiva.
La discusión, el juego caliente, son, como apuntaba antes, ingredientes necesarios para saborizar una disciplina que tiene ADN disperso en la afición nacional, pero no pueden ser nunca, meros argumentos que justifiquen convertirla en un ring de boxeo callejero.
Los máximos directivos del deporte en el país, deben, como medida primaria, sacar, como en el fútbol, las tarjetas amarillas pertinentes en dependencia del caso, y sin temblor en la mano, cuantas rojas sean de obligatorio uso.
Jamás, las riñas o el desorden pueden ni podrán apoderarse del béisbol, orgullo patrio, mas en momentos en que se recurre al intelecto poblacional para regresarlo de la “sala hospitalaria” donde permanece, imaginariamente recluído, tras el vertiginoso descenso de los últimos años.
El béisbol, recalco, no es boxeo, ni lo será.