Mucha teoría y poca práctica afloraron como el señalamiento cardinal a una iniciativa que entre lo posible y lo realizado, siguió siendo proyecto por consumar, por la terquedad –asentada, confiemos que solo en el inconsciente– de obrar cada cual en su finca.

La pretendida construcción de una agenda de acciones para la comunidad hubo de pasar a plano secundario, porque la potencia inteligente anda fragmentada y corta de visión de las ganancias sociales, viables e infinitas hasta en sus más rudimentarios soportes.

Por ejemplo, la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz creó la primera red social hecha por y para cubanos --Dreamcatchers, que pudiera haberse nombrado en español--, no para hacer “amigos” como en Facebook ni para tener “seguidores” como en Twitter, sino para integrarse a fin de construir en colectivo.

Cuesta acceder a quienes están fuera de los centros de educación superior, porque los servidores de la red son máquinas no profesionales para esa función, y hasta se dan casos de bloqueo interno por administradores de nodos en otras instituciones.

Los Joven Clubes de Computación ofrecen el servicio de Mi mochila, contenedora de unos cuantos gigas gratis de información y entretenimiento, con valores universales de la cultura cubana. También tienen la plataforma Reflejos, todavía desaprovechada porque igual se queda en los muros de la instalación.

Por eso llama tanto la atención la sagacidad del sector no estatal, con la aplicación para teléfonos móviles AlaMesa, un directorio cubano de restaurantes, que difunde información sobre gastronomía y cultura culinaria. Otro caso es Orsis, con su propuesta de sistema de gestión empresarial, apoyado en el software libre.

Detrás de los llamados emprendedores hay inversión e intereses de multiplicar ganancias, y en función de su negocio despliegan la inventiva. ¿Por qué no sucede en el sistema institucional? ¿Cuánto puede costar la alianza estratégica con Desoft –especializado en desarrollar aplicaciones–, con Etecsa –que brinda su red–, para socializar la oferta cultural de Camagüey y otros servicios de múltiples empresas que hoy desconocen esta opción o la desaprovechan en detrimento de su gestión?

Cuesta razonar, y mucho más asimilar de manera consciente las dinámicas de nuestro tiempo, asociadas a las tecnologías contemporáneas que están transformando el cerebro, las relaciones de convivencia... e incluso nos pueden deshumanizar.

En asuntos de cultura audiovisual y tecnologías digitales estamos como en pañales, y no solo por el Sambenito de llegar tarde al último grito de los modos.

El primer Encuentro cerró en El Callejón de los Milagros, con un enfoque público acerca de las obras de cuatro realizadores camagüeyanos. No hubo Wi-Fi para actualizar al ciberespacio, ni siquiera la buena proyección de sus más recientes empeños, en la pared ondulada del Bar Casablanca. Todo fluyó con extraordinario apego al ser analógico que somos, y que superponemos en porfía al emergente digital.

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