Camagüey.-“Las chancletas María del Carmen, las chancletas”. Suave y visceral salió el “regaño” de Amalia. Junto a las ondas de su voz, llevó una mano acompasada hasta los pies para hacerle más claro el mensaje a María del Carmen; ella escucha con otras fibras.

Con todo y los descubrimientos que a diario son noticias, hay fenómenos que aun la ciencia no puede entender. No hay Física ni Biología que explique cuánto de tibio y luminoso tienen los regazos de mujer. Y fíjese que apelo al género, no a la condición reproductiva: cuánta ternura encierra la determinación de dedicar vida a los hijos de otros.

MESA PARA NUEVE...DIEZ, ONCE, DOCE

Amalia Reina Horna no pudo dominar sus lagrimales al hablarnos de las rutinas del Hogar del niño sin amparo familiar que ella dirige, visita que cumplimos justo a la hora en la que llegaba María del Carmen de la escuela, despojándose de uniforme y zapatos.

“Es un poco complejo pues son nueve niños con edades y situaciones diversas, pero lo hacemos todo como una familia; es que eso somos, y esta es su casa”. Además de ella otras nueve “tías”, la cocinera, la lavandera, la psicóloga y la trabajadora social “hacen el equipo”. Pero allí no hay roles definidos; tanto a mami Amalia, como le dicen, se le puede ver cepillando un cabello como a la tía Danay asumiendo la cocina. Y aunque las preguntas buscaban sondear en sus prácticas, no faltaron los elogios para los “niños”:“Esto no es un trabajo, es muy fácil quererlos; afecto es lo que más necesitan y eso les damos. Son muy cariñosos y educados; nos quieren muchísimo”, dijo Aurora. Esa fue la confirmación: en primera persona los retoños siempre son los mejores, y no faltan nunca los argumentos para convencer al (des)conocido .

Ellas están siempre para atender sus apremios, y mucho más. Arreglan sus camas, limpian sus cuartos, lavan sus ropas, pegan botones, visitan escuelas, forran libros, les preparan la comida y les ponen la mesa; “es sagrada la hora de sentarnos a comer todos juntos, ver la televisión”. Debe ser por esa constancia que Yuselys, Yairennis, Joeldis y Thalía hablan desde el pecho y se les ve la complacencia con los brazos múltiples que tantas veces abrazan como los propios.

ALMÍBAR EN EL POTAJE

Por 33 años Migdalia Hernández Chávez ha sido educadora en círculo infantil, y en el Manuel Zabalo lleva 16. Asegura que no han faltado “los casos difíciles, tristes”; esa es la otra institución que en la provincia acoge a los pequeños, de hasta cinco años, sin protección de las familias. No obstante, en el mapa espiritual que le traza este centro hay más cordilleras que fosas: “solo de mirarlos ya sé si tienen algo, y ellos con nosotras, Sabrina el otro día percibió que algo me ocurría”, al tiempo que recordó a Ander cuando le preguntó por alguna manicure cerca de su casa pues no traía las uñas arregladas. “Los niños me alegran el alma, me estimulan, dan deseos de vivir; cuando tengo problemas digo ‘voy para el círculo’. Así tan chiquitos llegamos a crear una comunicación increíble.”

Yusidisbeidy López Arango tiene solo 22 años, mas su pequeña Yelenis, de solo dos, no es su única descendencia. Porque aunque Herlán no le haya crecido dentro sí le “riega” las raíces del cariño. Herlán tiene 14 meses y es uno de los cuatro pequeños que hoy viven en ese centro.

“Me encanta el trabajo con los niños, y estos, sobre todo, necesitan mucho amor; los bañamos, les damos la comida, los cuidamos en los hospitales cuando se enferman, somos como su madre”, dice Yusi con ademán de quien no hace nada extraordinario, como queriendo “poner” las cosas simples. No lo son, o quizás sí. Pero en cualquier caso se necesita mucho en el músculo sacro para entender la gravidez más allá del abdomen crecido.

Cuando llegamos a Rosa Muñoz Martínez, educadora responsable del internado, por fin conocimos a América Mía; la pequeña que pronto cumplirá cinco años y es de todas allí. “Le encanta la música, es muy inteligente, ojea libros, arma pirámides, hace de todo, ya hasta palos nos da”, dice entre risas mientras nos explica el progreso impensado de la niña. “Ayer, cuando le escuché llamarme ‘mamita’ me estremeció el alma; siempre me ha dicho mamá, pero así achicadito nunca”, confiesa Rosa, con un orgullo evidente al hablar de su “chuchi”.

Es que eso se conquista Rosa; nueve meses no son suficientes para ganar el nombre. Y esa es la fórmula: cuidando catarros, velando fiebres, guardando, seguramente, los dientes de leche, sosteniendo los primeros pasos, escuchando las primeras palabras, animando las primeras letras.

El día de nuestra visita Isabel Pérez Martínez y Esperanza Pérez Tamayo tenían para contar mucho más que los 30 años que llevan trabajando allí. En el último mes regresaron dos de sus niños internos de antaño en su búsqueda. “¡Qué experiencia más linda, nos recordaban, es incríble! Hoy son jóvenes íntegros, es un tremendo regocijo sabernos importantes en su formación, ayudamos a devolver personas buenas y útiles para la sociedad”, reflexionó “mami Isabelita”. Mientras, la tía Esperanza, la dueña de la “papa”, solo tuvo tiempo para decirnos: “vinieron a verme, pienso que sea porque me recuerden con cariño”. Y no tuvo tiempo para más: “se me pasa la hora del almuerzo de los niños de segundo”, se disculpó. Cuánto de almíbar se le sintió por encima del olor a potaje; eran solo las 11:20am.

Para estas mujeres cuenta poco, o nada, las desproporciones físicas, que sus niños salieran de entrañas ajenas; y no, no es acto de locura, o más bien de la buena locura que a veces padecen algunos muy grandes corazones. Ese es el diagnóstico, el que asoma desde un impreciso escondrijo de la ternura.

Porque, por motivo de la sangre no siempre doblan nuestras campanas. Aunque arañen mucho los abandonos, las ausencias, estos niños serán-son, del fruto a la raíz, los seres que han crecido con muchos mimos, desvelos y consagraciones. La inyección a deshora, las conversaciones necesarias, el tiempo que aquella mami o tía le robó al reloj, la alegría por la prueba exitosa, la tristeza compartida por el amor fallido, la tarea compleja que encontró solución con ayuda de virtuosas manos de madre, que si no por vientre, lleva tal condición por su amor sincero, el que no entiende de paralelismos de ADN, más bien de benditas mutaciones de la molécula que definen la carga genética de los sentires y actuares, de los hijos.

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