Fotos: Leandro Pérez Pérez/AdelanteCAMAGÜEY.- “Soy maestra makarenka”, refiere con orgullo Rosa Durán, santiaguera radicada en Camagüey desde el año 1968 gracias a los azares de la vida y al amor.
“Estudié en La Habana en un instituto para la formación de maestros que se llamaba Antón Makárenko, en honor a ese gran pedagogo ruso, y donde había mucha exigencia. Para llegar allí teníamos que transitar por Minas de Frío, en la Sierra Maestra, donde conocí lugares bellos y empezó mi formación.
“Había que tener deseos de estudiar para subir la Loma de la Vela, llegar hasta allá arriba y permanecer allí, porque no eran las condiciones de ahora. Teníamos que construir nuestras aulas en los montes, con asientos de madera, dormíamos en hamacas, con pantalones, botas y bajo la conducción de maestros muy exigentes, preparados y revolucionarios.
“Los estudios continuaban en Topes de Collantes, donde teníamos que hacer dos años más y solo había vacaciones al finalizar el curso. La formación fue muy buena pero lejos de nuestros padres. Mi mamá, por ejemplo, no me podía ir a ver porque tenía a mi hermano pequeño, pero yo tenía muchas ganas de ser maestra, aquellos deseos tan grandes que ella misma me inculcó desde pequeña.
“Ya en el instituto en la capital recibía clases por la noche y hacía prácticas en una escuela donde tenía un grupo al cual le daba clases con mucho cariño y amor. Dicen que uno nace para ser algo… yo nací para ser maestra”.
—Ya de graduada, ¿dónde dio sus primeros pasos?
—Cuando me dijeron dónde iba a trabajar eché mis lagrimitas porque siempre me gustó ser maestra de los campesinos. Veía que vivían tan lejos, pasaban tanto trabajo para llegar a la escuela, luego cuando crecían ya no podían ir y yo quería una escuelita en el campo, allí en la Sierra Maestra donde había tantos lugares preciosos. Pero me dejaron en La Habana, en Ciudad Libertad, donde estuve un año hasta que me trasladé para aquí con mi esposo.
“Comencé mi primer trabajo en las escuelas José Martí y Manuel Fajardo del reparto Vista Hermosa. De allí tengo muchos alumnos que me quieren, niños que hoy son padres. También enseñé a leer y a escribir a sus hijos, sobrinos, hasta que me jubilé allí y vine a vivir para Montecarlo (así se conoce al reparto Julio Antonio Mella) y me reincorporé a esta escuela (primaria Pepito Tey) en la que llevo tantos años dando lo mejor de mí”.
—¿Cuáles fueron sus motivaciones para seguir?
—Aquí faltaban muchos maestros y me dijeron: “todavía tú estás joven, te puedes incorporar”. Yo no lo había pensado, pero cuando comenzó el curso y desde el balcón de mi casa vi a los niños con su uniforme, los maestros arregladitos para el primer día me dije: “¡No, qué va, no puedo quedarme en la casa, voy para la escuela!”. Así que cuando Raúl hizo el llamado ya yo estaba reincorporada hacía rato y decía en broma: “Pues yo fui la primera, Raúl tiene que enterarse de eso, que tuve que entregar mi chequera…” porque en ese momento había que entregar la chequera y te pagaban por tu último salario. Ya llevo unos 13 años reincorporada en el primer ciclo, que es de primero a cuarto grado, al que he dedicado la vida.
—¿Le ha dejado muchas gratificaciones esta profesión?
—La de los padres y más aún de esos alumnos que ya están grandes y me reconocen en la calle y me dicen: “Maestra, usted está igualita, ¿se acuerda de mí?”. Y figúrate, a veces no los recuerdo… “Claro, si tienes la misma carita”, les respondo mientras los abrazo y los beso y ellos se sienten contentos.
“Y otra gran felicidad que tengo es que algunos de mis alumnos están estudiando la carrera de maestros. Siempre pregunto quién quiere ser maestro y con esos niños voy trabajando: les doy tareas, los pongo de monitores. Un ejemplo de eso es el hermano de Lenna María, una de mis actuales alumnas. Él está estudiando magisterio y haciendo las prácticas docentes conmigo aquí en el aula”.
—¿Qué opina sobre la formación de ese relevo?
—Los tiempos han cambiado, no podemos pedir que sea como en nuestra época, pero sí pienso que deberían optar por la carrera los que de verdad sientan amor por ella. Hay que decirles más lo que significa, que tengan un poquito más de tiempo y responsabilidad en las aulas, con los niños, porque cuando se enfrentan a un grupo viene el desamor y algunos te dicen que la estudiaron porque su mamá los obligó.
“Tienen que saber que se trata de un sacrificio tremendo, que mientras muchas personas terminan su trabajo nosotros no, porque luego no nos dio tiempo revisar las libretas y nos las llevamos para la casa y a veces te sorprende la madrugada, y el plan de clases tiene exigencias y no puedes prepararlo en el aula, porque hay un tiempo para eso, pero no me alcanza. Entonces son jóvenes, quieren salir, divertirse y cuando se ven presionados lo dejan.
“Hay niñitos que no aprenden igual que otros y hay que planificarles otras actividades. Me pasa que estoy dormida y de momento despierto porque se me ha ocurrido una actividad, me levanto, la anoto porque creo que voy a lograr lo que necesito con esa oración, y luego no puedo dormir. Creo que el maestro que se entrega de verdad, ¡se entrega!, y yo me siento realizada y muy feliz de haberme podido reincorporar.
“También es verdad que a veces la carrera se queda para los estudiantes con menos promedio, que no quieren esforzarse mucho en los estudios, y eso no debe ser”.
—¿Cómo recibió el aumento salarial?
—Pues con mucha alegría, sobre todo porque siento que se ha reconocido nuestro trabajo y qué suerte que lo he podido disfrutar, también porque es algo que hace mucho se quería y lo necesitábamos. Y ya te digo, no es solo problema del dinero, sino del reconocimiento. Hay personas que en la calle me han parado para felicitarme y celebrar conmigo.
—¿Enfrentas muchas dificultades a diario?
—A veces no somos reconocidos por los padres. Una le llama la atención a un niño y el padre se molesta y no lo acepta, como no aceptan algunas normas, como por ejemplo la del pelado. Ya esas son cosas que a una la disgustan, imagínese en el caso del maestro joven cuando una madre viene y le dice cuatro cosas y este no tiene la experiencia para darle una buena explicación.
“Otras cosas las hemos ido sorteando como cuando teníamos escases con los materiales. En esa época recogía lapicitos en las calles porque no había y los llevaba para el aula. ¿Cartulinas?, todas las cajas y pedacitos de cartón que encontraba los tenía en mi casa y como trabajaba cerca de la escuela a veces tenía que ir a buscar una silla, o un candado, o una escoba… Fueron dificultades que enfrentamos pero que no me frenaron. Y como cooperé para que de aquello se saliera, me siento contenta y siempre lo he visto con amor”.
—¿Cómo llevas de la mano la enseñanza y la educación?
—Me hago amiga de las madres y los padres y los voy involucrando en el proceso. Eso hay que hacerlo con mucha delicadeza porque es algo que no se puede imponer. Si veo a cualquier niño haciendo algo indebido lo llamo, le converso. ¡Y sí tengo niños y padres difíciles!, pero siempre trato de conversar; y no una vez, otra y otra les pongo la mano en el hombro y les digo “fíjate que eso no es así, tú no puedes entrar aquí gritando”.
“Tuve un grupo al empezar en esta escuela que nadie quería porque casi todos los niños venían de familias disfuncionales, se portaban mal, decían malas palabras… me enfrenté a aquello… Había uno que tenía unas botas grandes y daba unas patadas… después conocí cuando me fui acercando a él, dándole el cariño que tal vez necesitaba, que tenían problemas los padres. Entonces él mismo venía y me contaba lo que estaba pasando y eso es una muestra del amor y el respeto de los niños por la maestra.
“Otro caso que me sensibilizó mucho fue la muerte de una mamá joven unos meses atrás. Yo tengo la niña aquí en el aula y le digo que tiene que ser enfermera o doctora y ella busca siempre la manera de sentarse muy cerca de mí. Eso te marca y me deja la satisfacción de que todavía, a esta edad, puedo hacer esas cosas bonitas. Ya ella está muy motivada para ser doctora o enfermera, pero ¿tú sabes para qué? Para cuando yo sea viejita ir a mi casa a darme los medicamentos, a inyectarme porque aquel momento le dije: “Yo siempre voy a estar contigo, te voy a acompañar”.
—¿Qué hacer para estrechar la relación escuela-familia?
—Hay que seguir trabajando, profundizando en las escuelas de padres que se están haciendo. Ahí se les explica algunos de los conocimientos que se imparten y en los que pueden necesitar apoyo a la hora de estudiar en la casa y se desarrollan temas educativos como el trato a los niños por la mañana, que luego se ponen morosos y no debemos regañarlos y pegarles porque entonces llegan a la escuela llorosos, de mal genio y el problema es para los maestros.
“El maestro debe tener siempre un momentico para el padre, no es que terminé y me fui. Si hay un niño que se portó mal o tiene algún comportamiento llamativo el maestro que observa sabe cuándo en la casa hay problemas que le están afectado, y eso hay que tratarlo con los padres. Luego hay divorcios y no todos los niños los aceptan. Aquí he tenido muchos y he tenido que darles explicaciones que me han dolido, los niños lloran pero después algunos vienen y te dicen “¡mi papá está en la casa!”. Ese es uno de los problemas que más está afectando y todo el mundo no sabe tratarlo.
“Siempre le digo a las madres que no tengan pena, yo soy como su mamá: “¡muchachitas, acuérdense cuando eran chiquitas y llegaban tarde!” Así yo las trato, como si fueran también mis alumnas”.
—¿Cómo ha visto que los cambios en la sociedad se traducen en las aulas?
—Los niños son más intranquilos. No sé si será la evolución, el teléfono, no puedo darte una explicación. Antes yo tenía sola en un aula hasta 42 estudiantes y si eso fuera ahora pasaría más trabajo, pero siguen siendo bellos y aprenden. Tienen temas de conversación más amplios, preguntan de todo. Yo siempre les doy una explicación, los motivo a buscar; pese a su edad ellos entienden y no se pueden subestimar.
—¿Y qué tal la tecnología?
—A mí me gusta, es muy bonita, pero ellos no pueden tener el celular en el aula porque los distrae; además, tienen otras cosas que aprender. Le digo que tienen que aprender a calcular porque si un día no lo tienen cómo se las arreglan, y todos entienden. Y hay que quitárselas un poco porque a veces noto que tú les hablas y es como si no te escucharan, no te hacen caso. No se trata de que no lo disfruten, pero no todo el tiempo.
“Hay que sacarlos a pasear, eso es otra cosa. Producto del trabajo no lo hacemos y hay que llevarlos al parque a gastar energía, a divertirse, porque ellos lo necesitan y eso se está perdiendo, les dan el teléfono y los encierran allí tranquilos y ya. En las vacaciones también, que cuando regresen tengan algo que contar porque eso les sirve hasta para la asignatura de Lengua Española, porque al inicio del curso siempre se les orienta una redacción sobre lo que hicieron en las vacaciones”.
—¿Todavía no ha pensado en retirarse?
—Bueno… todavía me siento con fuerzas, pero si en un momento determinado hay que irse para que entren los jóvenes, con mucho gusto, siempre voy a estar en mi casa dispuesta a enseñar, a ayudar en lo que me necesiten. Pienso que hasta el curso que viene puedo seguir para llevarlos a ellos hasta cuarto grado.